La Colectivización de Aragón.

ColectivizacionLa colectivización rural de Aragón llego a comprender mas del setenta por ciento de la población. En menos de tres meses se constituyeron cerca de quinientas colectividades. Ahora bien, aunque muchas de ellas fueron creadas de una forma espontanea y voluntaria, la instauración de la mayoría -sobre todo en un principio- se debió en cierto modo a la presencia de las columnas de milicianos anarquistas llegadas de Barcelona. (Es de notar que algunas de dichas columnas estaban comandadas por antiguos miembros del grupo Nosotros: García Oliver era el responsable de la columna Los Aguiluchos, Gregorio Jover mandaba la denominada Francisco Ascaso, Antonio Ortiz era el «jefe» de la que llevaba su propio nombre..) Aunque las expropiaciones y socializaciones de la propiedad privada se extendieron por toda España republicana, en Aragon fue donde los cambio resultaron mas radicales y estuvieron mas de acuerdo con el concepto de << Revolución >>, debido al apoyo o influencia de los Anarcosindicalistas.

Por alli donde pasaban las milicias de la CNT – FAI, comenzaba una vida nueva, una nueva forma de vivir. No es que a la hora de establecer el Comunismo Libertario se observaran normas inflexibles, pero el procedimiento fue mas o menos el mismo en todas partes. En la localidades donde el nuevo sistema económico-social quedaba instituido se formaba un comite de CNT – FAI, que no solo ejercía funciones legislativa y ejecutivas, sino que también administraba justicia. Una de sus primeras medidas consistia en abolir el comercio privado y en colectivizar las tierras de los grandes propietarios, asi como los edificios agricolas y publicos, la maquinaia, el ganado y el transporte. Excepto en casos muy raros,los panaderos, ebanistas, zapateros, barberos, maestros, sastres, medicos, etc; quedaban tambien incluidos en el conjunto de la colectividad. Aqui hay que decir que la adhesion a la comuna era totalmente voluntaria, ya que asi lo exigia uno de los principios basicos de los Anarquistas: el respeto por la libertad. No se ejercia presion alguna, por ejemplo, sobre los pequeños propietarios quienes, si se mantenian al margen de la colectividad por propia voluntad, sabian, por otra parte, que no podian esperar que aquella les prestara determinados servicios o ayudas. Por lo demás, eran admitidos en las asambleas y gozaban de ciertos beneficios colectivos, como no podía menos de ocurrir.

En realidad, lo único que se les prohibía de una forma terminante a estos «individualistas» era poseer mas tierra de la que podían cultivar, así como perturbar -con su persona o con sus bienes- el orden socialista. Lo cierto es que, con el tiempo, el numero de campesinos, comerciantes y profesionales <>  no adheridos al colectivismo fue disminuyendo, pues al sentirse social y económicamente aislados de sus convecinos, preferían unirse a la mayoría comunal. Los depósitos de víveres y ropas, al igual que los otros artículos de primera necesidad, eran concentrados en un almacén colectivo, bajo el control y responsabilidad del comité sindical de la localidad. En la mayor parte de las comunidades fue abolido el dinero para el uso interno de las mismas, ya que – según otro de los postulados del anarquismo – el dinero y el poder son filtros diabólicos que hacen del hombre, no el hermano, sino el lobo del hombre, su mas rabioso y enconado enemigo.

Los periodistas extranjeros que se encontraban en Barcelona el 20 de julio describieron, no sin asombro, escena en las que grupos de anarcosindicalistas, después de asaltar las oficinas bancarias, hacían una hoguera en la calle con el mobiliario y arrojaban al fuego montones de dinero, sin que nadie tratara de aprovecharse de la situación, como si los billetes de mil pesetas hubieran sido un estigma herético y contagioso. Cierta información estadística de la época y, aunque sea en lineas generales, puede colegiarse, por ejemplo, que el rendimiento de la tierra se incremento -durante la experiencia de las colectividades agrarias- entre un 30 y un 50 por ciento. Las superficies sembradas aumentaron y los métodos de trabajo se perfeccionaron. Los cultivos se diversificaron, se iniciaron obras de regadío y repoblación forestal, se crearon escuelas técnicas rurales y granjas de experimentación, se selecciono el ganado y se fomento su reproducción , se pusieron en marcha industrias auxiliares… En resumen, la socializacion agraria, incluso a pesar de producirse en tiempo de guerra, demostró su clara superioridad, tanto sobre el sistema de la gran propiedad absentista (que dejaba gran parte del suelo sin cultivar) como sobre la pequeña propiedad privada (obligada hasta entonces a laborar con técnicas rudimentarias, escasez de fertilizantes y semillas de mala calidad). Por otra parte, se llego a esbozar una planificación según la cual los distintos comités regionales se encargaban del comercio interregional: reunían los productos destinados a la «venta» y con ellos realizaban las «compras» necesarias para su comarca.

Como es natural, estaban a la orden del día todo tipo de problemas, y en unas de regiones mas que en otras. Pero en Levante y Aragon (especialmente en Aragon) todo parecía funcionar de una forma exultante y retadora, como lo prueba el hecho de que el proceso de cambio se produjera ya con una mayor rapidez y radicalismo. El ejemplo de Aragon no tardo mucho en ser una «piedra de escándalo»  para las moderadas mentes rectora de la República española. La primera acusación que cayo sobre las colectividades agrarias aragonesas fue la de que << los acontecimientos políticos y económicos en Aragón habia sido impuesto por la fuerza de las armas de los milicianos Anarquistas >>. La CNT y la FAI declaraban, sin embargo, que tales acontecimientos eran << la obra de los propios campesinos >>. En este sentido no parece muy dificil deducir que la presencia de los milicianos armados debia suponer tanto una salvaguarda y defensa de las colectividades, como una advertencia de respeto y orden ante las posibles reacciones de individuales de tipo anticomunal. Ahora bien, al margen de esto es preciso reconocer que en Aragón se daban tres circunstancias idoneas para que germinara el comunismo libertario sin la «ayuda» de ninguna clase de armas:

  1. Los campesinos aragoneses, salvo en los regadios del valle del Ebro, vivian continuamente acosados por las deudas y tenian que soportar unas condiciones de trabajo durisimas.
  2. El anarquismo era la unica ideologia politica que se hallaba extendida entre los campesinos mas pobres
  3. Las tradiciones comunitarias lugareñas, algunas de las cuales arrancaban del medievo, estaban aun muy vivas en Aragón de 1936.
(Tomado del libro DURRUTI, de Julio C. Acerete.)
Fuente: http://gargantas-libertarias.blogspot.com/2012/01/la-colectivizacion-de-aragon.html
 
 

PIETRO GORI.

Las bases morales de la anarquía.

En el hombre hay dos instintos fundamentales: el instinto de conservación y el instinto de procreación.

El primero tiene su asiento en las necesidades fisiológicas que miran a preservar el individuo: alimentación, respiración, movimientos, etc., el segundo en las necesidades sexuales, que tienden a través de los estímulos de lo inconsciente, a la conservación de la especie.

A la acción benéfica del primero se debe si el individuo vive, se desarrolla y progresa en la parábola de su particular existencia; de los resultados orgánicos del segundo, deriva para el género humano la conservación y la expansión de su vida colectiva.

Estos dos instintos encarnan dos necesidades primordiales e imprescindibles, so pena de muerte para el individuo y para la especie: la necesidad de alimentarse y la necesidad de procrear. La no satisfacción del primer instinto significa la muerte para la mónada individual; la renuncia o el impedimento absoluto del segundo significaría la desaparición de la especie como comunidad viviente.

Estas dos sanciones fundamentales de las leyes biológicas son las que ligan de modo indisoluble la existencia del individuo a la de la especie entera, ya que si por la una el hombre vive, por la otra el hombre renace y se perpetúa. Sobre estas bases naturales se asienta una moral positiva, que, fundada sobre las mismas necesidades del individuo, da al hombre consciente la noción exacta de su posición en las relaciones con el consorcio de sus semejantes, y forma ya en las mentes precursoras en este último estado de barbarie dorada, la concepción de nuevas y más sanas normas de conducta y de vida.

De esta premisa derivan los dos primitivos derechos humanos: el derecho a vivir y el derecho a amar.

Mientras el derecho queda como abstracción jurídica, no tiene ningún significado concreto y real. Todo individuo, por el solo hecho de haber nacido, tiene el derecho a la vida, derecho a ejercitar primero que cualquier otro; y todo aquel que de uno u otro modo se opone al ejercicio práctico de este derecho natural, viola en sus semejantes las razones y los fundamentos de su propia existencia.

La vida social no puede fundarse sólidamente sino sobre este recíproco reconocimiento: cada individuo tiene derecho a satisfacer sus propias necesidades con la reserva de riquezas que la naturaleza y la laboriosidad colectiva de las generaciones precedentes crearon a beneficio de la familia humana.

Sin equidad, no hay justicia.

No hay declaración de derechos humanos que pueda tener valor para el individuo sino en la expresa sanción social que reconozca en cada hombre la facultad de disponer de todo cuanto existe para su utilidad, en razón de sus necesidades, sin otro limite que la posibilidad colectiva. La solución del problema, de las relaciones entre el individuo y el agregado de individuos que se llama sociedad, debe producirse al mismo tiempo en el campo económico y en el político.

Siendo la base moral y jurídica de la economía individualista, hoy dominante, un príncipio díametralmente opuesto al que impera en las leyes biológicas de los agregados animales superíores, como la especie humana, la revolución que hoy se presenta fatal en la historia no puede ser otra que una resurrección profunda de estos fundamentos morales de la sociedad moderna, que después de un siglo de desenfrenada competencia del individuo en la lucha vítal, ha agotado ya toda la parábola ascendente y descendente de sus fuerzas, para dar vida a nuevas formas de convivencia en las cuales el hombre en lugar de conquistar el bienestar luchando contra sus propios semejantes, procura asegurarse la felicidad con su concurso y en la estable garantía del bíenestar reinvindicado para todos.

Si se observan las fases del desarrollo de la sociedad humana, desde las épocas primitivas hasta nuestros días, forzoso es convenir en que la evolución procede de las formas más brutales de lucha a las tendencias más elevadas de solidaridad. El instinto de conservación se manifestaba primitivamente por las formas de guerra más bestiales entre el individuo y sus semejantes.

Puede decirse, sin temor a incurrir en exageración, que el primer estímulo al homicidio, que es la génesis y el protoplasma de la guerra, entre los caníbales antropomorfos, se originaba en el apetito de poder devorar al propio semejante vencido y muerto.

Entonces el hombre era verdaderamente un lobo para el hombre, porque en el semejante, tanto como en cualquier otro animal, no veia más utilidad que la de una substancia alimenticia con la que podía nutrirse.

El otro instinto fundamental de la procreación se manifestaba entonces de modo igualmente bestial.

De igual modo que en la conquista de los alimentos, en la conquista de la hembra dominaba la lucha entre los hombres que aún se hallaban en el dintel del mundo animal y aseguraban todos sus afectos de modo muy violento.

Los estímulos sexuales, como los del estómago, obraban con prepotencia, y el individuo, para satisfacerlos, se hallaba en continuo y abierto contraste con todos los demás individuos. No había entonces cambio de servicios, ni comunidad de trabajos y de intereses, ni mútua dependencia de relaciones económicas y morales que hicieran hablar todavía los sentimientos de benevolencia y de simpatía para con los demás individuos en aquel pobre estado inicial de degradación salvaje. Fue solamente después de las primeras experiencias que el instinto de conservación, en la lucha con los demás, hizo comprender al individuo aislado la necesidad de asociar las propias fuerzas a las de los demás para defenderse él y los suyos de las agresiones externas, o para vencer más fácilmente, con fuerzas asociadas, contra fuerzas asociadas, las primeras luchas por la existencia social.

Así fue como la necesidad de ofensa y de defensa para conservar la vida o conquistar los medios adecuados para mantenerla, nació por primera vez en el fondo de las primitivas toscas almas el sentimiento de solidaridad. Desde entonces cada progreso, cada etapa decisiva en el camino de la civilización señalóse con un desarrollo, cada vez mayor, de este sentimiento que enlaza las fuerzas y los espíritus humanos en la lucha sobre un terreno siempre más vasto, de la tribu a la ciudad, de la ciudad a la región, de la región a la nación y de ésta, en un mañana irrevocable, a la humanidad entera.

Parecidamente en el mismo seno de cada agregado de individuos: tribu, ciudad, región y nación, el doble instinto de conservación del individuo y de la especie fue determinando tendencias y necesidades que se fueron desarrollando cada vez más, capaces de considerar los propios semejantes como un complemento necesario e integrante de la existencia individual, y no imaginándose el yo concreto, sino como un átomo inseparable de la vida y del alma de la sociedad entera.

Primeramente por sentimiento de una comprobada utiidad y luego por simpatía razonada, el indivIduo dejó de comerse a su enemigo vencido cuando se dió cuenta de que podía sacar un beneficio mayor haciéndole trabajar y explotándole este trabajo.

En este segundo estado de la lucha inter-social nació la esclavitud, que era una forma suavizada de la antropofagía. El hombre no se comía ya a su semejante; se servía de él cual pudiera de una bestia útil con su trabajo para mantener en la ociosidad a su vencedor.

La segunda fase de antropofagía económica, también mitigada, hallámosla en la servidumbre de la gleba, en la Edad Media; cuando los vencedores reconocieron que era más útil renunciar a adueñarse directamente de los vencidos pudiendo lo mismo despojarles de sus productos, en virtud de un privilegio de nacimiento o de jerarquía, sin obligación de mantenerles, como es necesario hacer con el ganado.

Con la revolución política que abolió los privilegios feudales, dejando únicamente dueño del mundo al dinero, la clase victoriosa en la lucha que había acaparado todos ros recursos de vida desde el capital hasta las riquezas naturales, halló que bastaba la simple dependencia económica de los trabajadores para hacer de éstos instrumentos dóciles y máquinas de producción tan fecundas en riqueza como productoras de miseria para sí mismas. A pesar de nuestras justas y acerbas críticas de la presente organización social, gigantesca ha sido la marcha desde la antropofagía primitiva a las actuales formas de explotación económica y de dominio político. Los vencidos de hoy en la guerra económica no pueden dar la batalla campal a los últimos dominadores sino en nombre de una moral opuesta a la de las épocas primitivas y de la moral actual más conforme a los instintos de conservación del individuo y de la especie tal como científica y modernamente se entienden. A los últimos vestigios de la antropofagía en el campo económico y político, el proletariado militante no puede lógicamente oponer más que el principio de solidaridad.

Desde la revolución de 1789 el principio individualista, desde el campo económico al moral, triunfa grandemente en todas las manlfestaciones de la actividad humana. Y mientras que con el desarrollo de la grande industria, con el acrecentamiento siempre mayor de los medios de comunicación, con el entrelazamiento cada vez más compllcado de las relaciones materiales e intelectuales entre individuos, fueron gradualmente aumentando las relaciones de mutua dependencia entre ellos y, consiguientemente, los lazos de afectividad y de interés común, por un lado la economía política y por otro la filosofía metafísica de la llbertad chocando con los descubrimíentos de las ciencias naturales han llevado al ente individual a la exageración de su personalldad, como si ésta estuviese separada de derecho y de hecho de la de sus semejantes cooperadores en el común ambiente de lucha, y como si el ihdivlduo no representase, en último anállsis, el átomo viviente en y por la asociación con ros demás átomos humanos que forman el organismo social.

La declaración de los derechos del hombre, que en abstracto proclamó el derecho del individuo a la vida, a la ciencia, a la Iibertad, se olvidó de situar la garantía de éstas reivindicaciones civiles sobre los graníticos fundamentos de una solidaridad de intereses de la cual surgiese, por la misma fuerza de las cosas, la seguridad positiva de que las razones de cada uno hallarían su natural defensa en el apoyo de todos los demás consocios. Pero si la transformación de la propiedad, de feudal a industrial-capitansta, no pasaba del dominio privado al dominio público, como plataforma de un nuevo orden económico a base de igualdad de hecho, continuando siendo patrimonio individual las riquezas naturales o las producidas por ajeno trabajo, no cambió grandemente de sitio la serie de las relaciones entre sociedad e individuo, antes al contrario, con la desenfrenada competencia en el campo industrial y comercial y con la egocracia triunfante, la lucha de hombre a hombre y el antagonismo más áspero entre las clases, en lugar de tener una tregua se acentuó agudisima, y tar vez no se dió nunca en la historia el ejemplo de riquezas tan colosales al lado de miserias tan espantosas como las que actualmente forman el contraste más visible con la pacificación teórica de los derechos civiles y políticos.

II

El concepto de la libertad, en la esfera de las actividades sociales más complicadas y refinadas, se ha ido transformando siempre más rápidamente. Así, como en el mundo morar no existe el libre albedrío sino como una ilusión hereditaria de nuestros sentidos, tampoco existe, en sentido absoluto, autonomía completa del individuo en la sociedad. El instinto de sociabilidad, desarrolrado poco a poco en el hombre a medida que se civiliza, se ha convertido en una necesidad fundamental de la especie en su ulterior desarrollo, y reconoce ya en el principio de asociación la palanca más poderosa y eficaz que con los esfuerzos de cada uno y de todos, puede empujar la humanidad por el camino ascendente de sus mejores destinos.

De ahí la concepción moderna y sociológica de la libertad, que si halla en la mutua dependencia de las relaciones entre individuo e individuo una pequeña limitación de la independencia absoluta de cada uno, al mismo tiempo halla en la reforzada y cada vez más compleja solidaridad social su defensa y su garantía, de modo que, en lugar de ser aminorada, se siente aumentada. Si el hombre salvaje en el estado antisocial parece a primera vista más libre, es incomparablemente más esclavo de las fuerzas brutas del ambiente que le rodea que el hombre asociado, que en el apoyo del semejante halla la salvaguardia de sus deberes. Pero la asociación, en el sentido de agrupación orgánica de las diversas moléculas sociales, no existe todavía, puesto que en la sociedad actual no hay fusión espontánea de elementos homogéneos. sino una amalgama descompuesta de principios y de intereses contradictorios.

Al principio de la egocracia, en el campo económico y politico (ya que la explotación y el dominio de clase no son más que su consecuencia, por solidaridad instintiva de las dos fuerzas dominadoras: el dinero y el poder), está substituyéndole, en la elaboración lenta y subterránea de la nueva forma y de la nueva ánima social, el principio del apoyo mutuo, más conforme al desarrollo de la evolución adelantada que quedó aparentemente interrumpida por aquel paréntesis, obscuro y espléndido a la vez, llamado siglo diecinueve. Espléndido, porque la misma desenfrenada competencia entre individuos y entre las clases que en el terreno económico representó un verdadero retroceso al salvaje individualismo primitivo, creó los milagros de la mecánica, de la industria y de la ingeniería moderna. Obscuro, porque las gigantescas obras de esta lucha a fuerza de miles de millones contra la naturaleza que se resistía, costó millones de vidas humanas, de nobles existencias obscuras, extinguidas después de dolores sin cuento, con los músculos exprimidos de toda fuerza y de toda vitalidad bajo la prensa del salario. De modo que puede decirse que el colosal edificio de la civilización burguesa, el cual ocupará un sitio visible en la historia del progreso material y científico de la humanidad, ha sido construído con este cemento de vidas obreras, y la grandiosa alma colectiva de las clases laboriosas palpita en el organismo infinito de toda la moderna producción, como si la fuerza que animaba a aquellas vidas extinguidas sobre el trabajo y por el trabajo, se hubiese transfundido en las cosas por el trabajo creadas.

De esta nueva condición de laboriosidad y de esfuerzos asociados, debida a nuevos medios de producción en los que dominan como soberanas la gran máquina y la gran fábrica, surge triunfal el nuevo principio jurídico de un derecho social sobre el producto debido al trabajo colectivo.

No son ya los lamentos sentimentales de los santos padres de la Iglesia contra la iniquidad, que pisoteando a los más divide unos de otros a los hijos de Dios, como decía Juan Crisóstomo. Y tampoco son las declaraciones naturistas de los prerafaeliticos del socialismo simplicista reclamando su parte de tierra, de pan y de sal para todos los hombres, a la madre naturaleza. No son las invectivas ascéticas de los viejos comunistas ante el miedo del año mil. Tampoco las declaraciones filosóficas y abstractas de los enciclopedistas sobre los derechos del hombre ante la rojiza alba del año 1789. Es algo más y mejor: es la madurez de ciertos hechos, es la realizada evolución de ciertas formas. Nunca como ahora, por necesidad de la división del trabajo en la grande industria y en el taller mecánico, se halló el obrero tan estrechamente ligado al obrero, los oficios a los oficios, las artes a las artes, debido a la mutua dependencia y al estudio combinado de los esfuerzos del cual surge una resultante bastante mayor que de la simple suma de las fuerzas singulares. La asociación de estos esfuerzos para aumentar la producción ha ido creando poquito a poco, además de los lazos materiales que ya enlazan de modo indisoluble a los trabajadores, aquellos lazos morales que al principio pasaban inadvertidos y que se han ido robusteciendo cuanto más conscientes.

Y desde el momento que las ideas y los sentimientos no son sino imágenes reflejas de los hechos del mundo externo y de las sensaciones recibidas al contacto con éstos, esta consciencia del proletariado -que surge de la diaria experiencia y de la cotidiana comprobación y le dice que es el único productor de toda riqueza y que la suerte de cada obrero resulta estrechamente ligada a las suertes de todos los demás compañeros suyos- funde cada vez más las fuerzas y las almas obreras en un fin bien claro y determinado: libertar el trabajo del parasitismo personal, emancipándolo de esta última forma de esclavitud económica que tiene por nombre salario.

Y desde el instante que la revolución aportada por la mecánica en todas las artes y en todos los oficios socializando con la fatiga los brazos obreros, que antes trabajaban aislados, ha elaborado ya el esqueleto de un mundo nuevo en el cual la socialización de la fatiga sin el disfrute del producto por parte de quien lo fatigó esté complementado con la socialización de los disfrutes del mismo producto, declarado de derecho y de hecho patrimonio común de la sociedad entera, una correspondiente revolución de las conciencias y de las fuerzas proletarias efectuará el lento trabajo de esta transformación de las relaciones económicas y morales entre los hombres, integrando la estructura social típica, que represente el oasis de reposo donde la humanidad pueda, al cabo de miles de años de trabajo y de dolor, tomar aliento en el fatigoso camino, y donde los dos instintos fundamentales del hombre: conservación del indivíduo y conservación de la especie, hallen al fin modo de conciliarse tras larga contienda; donde el hombre para conquistar su bienestar no tenga que pasar, como los prepotentes de hoy y de ayer, por encima del cuerpo de sus semejantes, ya que esto no sería la libertad, sino la perpetuación de la tiranía bajo otra forma, puesto que a la violencia de los gobiernos se sustituiria la violencia del individuo, con expresiones brutales, una y otra, de la autoridad del hombre sobre el hombre. La libertad de cada uno no es posible si no en la libertad de todos, como la salud de cada célula está y no puede estar sino en la salud del entero organismo. ¿Y no es un organismo la sociedad? Si una sola parte de éste enferma, todo el cuerpo social se resiente y sufre.

Unicamente un salvaje, que recuerda ante los triunfos de la ciencia la animalidad primitiva del hombre, puede negar conscientemente esta verdad.

Se ha dicho y repetido hasta la sacíedad por los denígradores de buena o mala fe de las doctrinas anárquícas, que la Anarquia no puede tener una moral.

Y hasta algunos secuaces del nombre, que no de la esencia ético-social que la palabra anarquía contiene, remacharon el estulto prejuicio.

Cierto que la moral de la libertad no tiene nada de común con la morar de la tiranía bajo cualquier manto que ésta se cobije.

Por mucho que se diga lo contrario, la moral oficial del individualismo burgués es un poco todavia la de los Papú de que habla Ferrero. ¿Qué es el mal y qué es el bien?, preguntaba un viajero europeo a uno de estos salvajes. Y el salvaje respondía con convicción: el bien es cuando yo robo la mujer de otro; el mal es cuando otro me roba la mía.

Una mísma cosa no es para la moral ortodoxa e hipócrita, que hoy impera, buena o mala, intrínsecamente y objetivamente, por el bien o por el mal que acarrea a uno o más individuos o a toda la sociedad, sino que es considerada virtuosa o malvada según la utilidad o el daño que resiente el individuo o la clase que subjetivamente la juzga.

De modo que para esta moral caótica una misma acción puede ser juzgada por unos de heroísmo y por otros locura, gloría o infamia. La matanza de todo un pueblo, una hecatombe de viejos, de mujeres y de niños inermes, asesinados fríamente en nombre de un príncipio abstracto y el mentirosamente llamado orden público, pueden procurar galones y honores al que ordenó la matanza. La Historia está llena de nombres de estos bandidos ilustres, siempre dispuestos, como los capitanes de la Edad Media, a pasar de una a otra dominación con tal que se les mantenga en la ociosidad lujosa e improductiva. Unicamente los pisoteados, los oprimidos, los supervivientes de la hecatombe maldIcen en el fondo de su corazón a los asesinos, pero cuando un exasperado por la lucha espantosa por la vida en una sociedad imprevisora, que a muy pocos asegura, y no ciertamente a los más laboriosos y dignos, un cómodo puesto en el banquete de la existencia, cuando un derrotado en estas crueles batallas de todos los días, por el pan, se rebela y mata, en el delirío de un odio que no perdona, a un potentado, al cual supone feliz, aunque en su poderío se debata el dolor (este pálido compañero del hombre) , entonces el juicio será para este acto muy diferentemente despiadado. Los amenazados o perjudicados por este acto serán tanto más inexorables cuanto más manchadas de sangre tengan sus manos. Y no solamente contra este mísero se pedirá a gritos la cruxificción, síno que también contra todos los que profesen las ideas que aquél diga profesar, aunque no las conozca o aunque éstos no hayan aprobado su acción. Serán perseguidos, encarcelados, torturados en masa, realizándose contra todo un partido, o mejor dicho, contra una corriente vastísima e irresistible de principios y de ideas, una verdadera y propia venganza general por el acto de uno solo, resucitando las formas más crueles y malvadas de inquisición contra el pensamiento.

Y ya que por unos se insinúa y afirman otros que la moral anárquica proclama la violencia del hombre contra el hombre, esperen los adversarios de mala fe, o crasamente ignorantes, y los anarquistas inconscientes, que yo demuestre matemáticamente que la moral anárquica es la negación completa de la violencia.

III

Hay otro prejuicio muy difundido y que es necesario destruir, prejuicio que engaña a los denigradores y hasta a algunos secuaces de la idea anárquica, porque algún rebelde que se declaró anarquista, lanzó una bomba o dió de puñaladas, no ciertamente en nombre de teorías abstractas, sino cegado por la ira fermentada en el fondo de larga miseria, en la persecución policiaca y en las provocaciones de toda clase, se pretende sacar en conclusión que la doctrina anárquica es una escuela de complots y de violencias, una especie de conspiración permanente, con el único propósito de fabricar bombas y afilar puñales. Asi esa gentecilla que son los agentes de la policía politica y ciertos gacetilleros recargan las tintas para ayudar a la reacción a sofocar la propaganda de ideas.

Aunque los anarquistas, por exasperación y por temperamento, fuesen todos violentos -y no es cierto-, de ningún modo quedaría demostrado que la anarquía tiene una moral de violencia.

Pero para cada uno de estos perseguidos que deja estallar el largo dolor comprimido con un atentado clamoroso, hay millares y millares de individuos que soportan años y años con heroica serenidad asperezas sin nombre, miserias sin tregua, amarguras sin consuelo.

En mis destierros ya periódicos a través del mundo he conocido a multitud de ellos, de todos los países y de todos temperamentos, y la mayor parte de estos enamorados de la libertad se mostraron siempre, en la común relación, con una moral superior: un arrojo instintivo de altruísmo y de bondad detrás de la rudeza popular, un sentimiento de nobleza simple y leal.

Que si en las filas del anarquismo hubiese todos los detritus de las cloacas sociales (y no es verdad), sería caso de recordar, con Renán y con Strauss, que la mayor parte de los que seguían a Cristo en sus predicaciones estaba compuesta de hombres y mujeres ya heridos por la ley; como delincuentes comunes, lo cual no impidió que de esta gente, en la cual se infiltraban los principios de una moral superior a la entonces dominante, saliese la fuerza revolucionaria que derribó el mundo pagano. Porque el sentimiento revolucionario, como decía Víctor Hugo, es un sentimiento moral.

Y ya que todos los paladines de todas las violencias, con tal de que sean gubernativas y lleven el sello del Estado, insisten sobre la esencia violenta de la doctrina anárquica, que procuren hacer un balance de las prepotencias, de las opresiones, de las crueldades, de los delitos fríamente meditados y queridos por los gobiernos, y coloquen también en la otra balanza los actos de violencia individual cometidos por anarquistas o por rebeldes que se declararon tales, y se verá cuál es la escuela que está permanentemente organizada para emplear la violencia del hombre contra el hombre, hasta llegar a la expoliación, a la rapiña y al homicidio. Pero esto, según los defensores de la violencia legal, no es el mal. Esto no es un delito, según la moral de la civilización Papú, porque a ellos no les perjudica.

Porque, como respondía el salvaje: El bien es cuando yo robo a otro su mujer; el mal es cuando otro me roba la mía.

No siendo, pues, la violencia hasta hoy sino una de las manifestaciones de la lucha por la vida -y ciertamente no fueron los anarquistas quienes inventaron esta ley cruel de la historia-, convirtiéndose en instrumento de opresión, y por aquel instinto de imitación y aquel contagio del ejemplo, que dominan las acciones humanas, trocóse también en arma de la rebeldía del oprimido.

Con la farsa y con la fuerza los vencedores, en esta espasmódica lucha milenaria, pusieron el pie sobre los vencidos, y éstos, por derecho de represalias, emplearon de vez en cuando, individual o corectivamente, la fuerza contra los dominadores.

¡Acaso la literatura clásica de que están saturadas las clases cultas no está llena de esta franca apología de la violencia, siempre que le sirva de instrumento para los que ellos creen que es el bien!

Los homicidios politicos, glorificados hasta en los mismos libros para educar a la infancia, y el acto de Judith, que con fraude y violencia mató a Olofernes -que combatía contra Betulia en guerra abierta-, ha hecho verter lágrimas de conmoción a más de una monja y de una educanda histérica.

El mito de Roma comienza por un fratricidio … ¡y por qué causa cometido! Y sin embargo, este Rómulo, que por una burla inocente mata al hermano Remo, es en la prehistoria de la Ciudad Eterna el divino Quirino, el venerado de los siglos. Y sin embargo, las aventuras de este loco moral, sean reales o legendarias, se enseñan como el a, b, c de la educación del corazón en las escuelas públicas de Italia y de muchos otros países.

El clasicismo de Roma y de Grecia rebosa de estas reminiscencias feroces, Y Bruto, que por la cínica razón de Estado ordena y presencia trágicamente la matanza de los juveniles hijos, es la expresión más clásica y atroz de la violencia gubernamental.

Más aún; toda la tradición y la educación militar, que fueron y son todavía er alma y coraza de las organizaciones políticas pasadas y presentes, ¿qué representan, sino la escuela de la prepotencia de la mano y del homicidio colectivo?

Y, sin embargo, una carnicería de criaturas humanas cometida en una guerra, o acaso en una represión de motines populares, se juzga por los más un hecho glorioso, siempre que robustezca (aunque sea con torrentes de sangre y con cemento de dorores y de vidas humanas) aquel aplastante edificio que tiene por nombre Estado.

Además, el Estado en sus uniformes representaciones se arroga el derecho de patentar aquellas violencias y de glorificar a aquellos violentos que encarnan el principio que le da vida. De modo que en Italia, por ejemplo, donde no existe todavía un monumento a Galileo, plazas y calles están llenas de estatuas y de columnas, dedicadas a gente cuya mejor habilidad de su vida consistió en saber dar gusto a la mano y haber enviado al otro barrio a mucha gente en guerra leal.

Esta monumentomanía que reproduce en mármoles y bronces el frenesí colectivo, que anida en el alma de las clases directoras, por la fuerza armada, se reproduce en las páginas de la infinita historia ad usum delfini que el Estado sella con el dogma de su infalibllidad.

De hecho, en la epopeya patriótica de Italia, todas las violencias, individuales y colectivas, contra los poderes entonces dominantes (desde el atentado de Agesilao Milano hasta la dirigida contra el duque de Parma) , no tan sólo están justificadas, sino hasta glorificadas oficialmente, porque sin aquella revolución no habría surgido el Estado italiano, dando por resultado que lo que ayer fue delito hoy se convirtió en gloria. Y en el mismo país donde los tribunales militares condenaron a siglos de reclusión muchachos acusados de haber arrojado píedras para protestar contra un gobierno que lleva el hambre al seno del pueblo, un glorioso rapazuelo de Génova, Balilla, tiene también su monumento porque supo, antes que nadie, lanzar la primera piedra contra los opresores extranjeros. La única diferencia, menos la estatua y los siglos de reclusión, entre unos y otro, está en que éste se rebeló contra una tiranía extranjera y aquéllos contra una prepotencia del país. El móvil fue el mismo: el odio a la injusticia.

Pero para los muchachos de Italia, como para los combatientes de todos los países, nada hay tan verdadero como la frase de Brenno: ¡Ay de los vencidos!

¡Ah! Si en lugar de derrotados y muertos hubiesen sido vencedores, tal vez los mismos gacetilleros que hoy les arrojan a la cara puñados de barro, se devanarían la sesera para ver quién mejor ensalzaría a estos Gavroche del proletariado, pidiendo para ellos un monumento de la victoria.

La violencia no puede formar el substrato doctrinario de ningún partido. En la Historia no fue más que un medio de superchería y de tiranía, entre las clases y su dominio entre ellas y sobre los dominados. Fue empleada asimismo como instrumento de recobro, como ya dijimos, por parte de los oprimidos, sin que por esto se convirtiera en príncipio teóríco de sus rebeldías, ya que cuando los antiguos esclavos se rebelaban contra los patrícíos romanos, la violencía que empleaban por necesidad de lucha y de liberacíón, no era un fin, sino un medio: el fin era y continuó siendo siempre la palpitación invisible del alma humana: la libertad.

IV

Asimismo también, cuando contra el viejo régimen, bamboleante sobre sus descarnados cimientos, se desencadenaron los huracanes revolucionarios que cerraron convulsivamente el pasado siglo, los partidos de acción, desde los políticos de los Cordeleros y de los Jacobinos al económico de Babeuf, organizado en liga de los iguales, predicaban la necesidad de oponer la violencia a la violencia, lanzando contra la fuerza coaligada de los tiranos del’ país y extranjeros la fuerza armada del pueblo, sin que considerasen, ciertamente, estas violencias permanentes sino como un medio despiadado, pero necesario, para aplastar para siempre al despotismo.

No cabe duda que un 14 de julio y un 10 de agosto fueron el corolario histórico tnevitable de la proclamación de los Derechos del Hombre; pero ante la filosofía de la Historia, aquellas dos memorables jornadas quedan siendo como una suprema conflagración entre dos épocas diferentes.

Hacía años que el alma de la revolución aleteaba subversivamente en las mentes, rugiendo como tromba avisadora en las mismas vísceras de las decrépitas instituciones, con la mutua elocuencia de las cosas que anuncian el derrumbamiento de un mundo, resplandeciendo en las clarividentes páginas de los enciclopedistas, en las ardientes visiones de Condorcet y en las serenas profecías de Diderot.

Necesario era proclamar los derechos con la fuerza cuando la fuerza les cerraba el paso en nombre de los privilegios. Pero el fin era, o debía ser muy diferente: la libertad, el amor, ya que ningún otro contenido moral puede hallarse en esta palabra. Y cuando en nombre de la revolución Robespierre quiso organizar la violencia permanente, gubernamental, haciendo del verdugo el primer funcionario del Estado, aun contra los eneniigos del pueblo y contra los sospechosos de realismo, trocando así los medios con los fines de una revolución libertadora -como si arrojados los tiranos pudiese con la fuerza imponerse la libertad a los ciudadanos- el nuevo estado de cosas, después de haber pasado gallardamente por encima de tantas víctimas humanas, cayó en el mismo error y en la misma odiosidad que obligó a tomar las armas contra el antiguo régimen y preparó el terreno a la dictadura militar del primer Bonaparte. Ahora bien, la filosofía de la anarquía aleccionada con todas estas experiencías del pasado y sin establecer cánones absolutos, ya que nada absoluto existe; parte de este principio fundamental que forma toda su base moral: la libertad es incompatibre con la violencia; y como que el Estado, órgano central de coacción y de expoliación a beneficio de algunas clases y en detrimento de otras, constituye una forma organizada y permanente de víolencia no necesaria, la libertad es incompatible con el Estado.

De esta premisa arrancan una serie de principios y de argumentos irrefutables. No es necesario gastar mucha saliva para demostrar a los enemigos de la Anarquía, tanto a los de la derecha como a los de la izquierda, a los que no quieren y a los que no pueden comprenderla, que la violencia es el enemigo natural de la libertad y que únicamente la violencia necesaria es legítima.

En efecto, ¿no es igualmente enemigo de la libertad el que encarcela un hombre para castigarle porque piensa así o asá, como el que hiere o le mata para obligarle a pensar como él? No puede haber libertad, socialmente entendida, si ésta no se detiene allí donde comienza la del otro. Que uno me ponga el pie sobre el cuello en nombre del Estado o de su capricho individual, es siempre una misma cosa; ambos violan de igual modo mi derecho y a los dos debo considerarlos tiranos, porque no es el vestido el que hace la tiranía; tiranía es todo acto que pisotea la libertad ajena. La violencia, tanto si sobre mí la comete un agente del gobierno como cualquier otro prepotente, hará nacer en mí el derecho de legítima defensa. Y he aquí que surge el concepto moral de la violencia necesaria.

Yo rechazo legítimamente una agresión injusta, como rechazo cualquier provocación grave, como siento igualmente el derecho de rebelarme contra la opresión, que es una libertad más lesiva que cualquier otra forma de violencia brutal. El derecho de legítima defensa que hace necesaria la violencia en el individuo y en la sociedad, es el fundamento moral de las revoluciones contra cualquier forma de tiranía.

La libertad es, por consiguiente, la base moral de la anarquía, y la revolución, en el sentido amplio y científico de la palabra, no es más que el medio para hacerla triunfar contra las resistencias que la comprimen. La violencia no podrá ser nunca el contenido filosófico de la anarquía, entendída esta palabra no en el significado odioso que le dan los agentes del gobierno y los periodistas a sueldo, precisamente porque la violencia es el substrato moral de cualquier poder político, el cual, bajo cualquier forma que sea, es siempre tiranía del hombre sobre el hombre: en las monarquías, violencia permanente de uno sobre todos; en las oligarquías, de unos pocos sobre muchos; en las democracias, de las mayorías sobre las minorías.

En todos estos y en cualquiera otra centralización autoritaria que se arrogue el derecho de gobernar la sociedad, la coacción es el único argumento persuasivo que emplea la autoridad con sus gobernados. Coacción en el pedir todo el concurso de los ciudadanos para que contribuyan en los actos públicos, coacción cuando impone a éstos el tributo de sangre, coacción cuando el Estado impone una ciencia y una enseñanza oficial, coacción, en fin, cuando declara que son ortodoxas o herejes las opiniones de los diversos partidos políticos.

El Estado paternal, el Estado protector de los débiles, tutelar de los derechos, defensor celoso de todas las libertades, no pasa de ser una fábula de niños, fábula desmentida por la experiencia de todos los tiempos en todos los lugares y bajo todas las formas.

Es, pues, muy natural que contra este concepto, sazonado con la prueba de miles de años, sobre la índole del Estado, que Bovio llamaba por naturaleza expoliador y violento, haya surgido por encima y a despecho de la significación vulgar, el concepto de anarquía, como antítesis política del Estado, significando que si éste centraliza, pisotea, violenta, encadena, sablea, y mata, so pretexto del orden y del bien públíco, aquélla, en cambio, quiere que el orden y el bien público sean resultado espontáneo de todas las fuerzas productivas asociadas, de todas las libertades cooperantes, de todas las soberanías inteligentemente ejercidas en interés común, de todas las iniciativas armonizadas por el triunfo de esta magnífica certeza: que el bien de cada uno no puede hallarse sino en el bien de todos.

El Estado se mantiene con la violencia -y la violencia lo vencerá- qui gladio ferit, gladio perit. Al desorden de las clases sociales, entre sí chocando por intereses contrarios, al caos de los privilegios hollando los derechos, a la imposición de penosos deberes a los cuales no quiere reconocerse ningún correspondiente derecho, se substituirá el orden, el orden verdad, resultante armónica de la libre federación de las inteligencias y de las fuerzas humanas, como el orden cósmico es el producto espontáneo de las fueras naturales, venciendo los obstáculos que se interponen en la eterna evolución de los fenómenos y de las formas.

La evolución social está corroyendo los últimos cimientos del Estado, hosco, fuerte, alzado a través de los siglos, con tanto cemento de vidas y de libertades humanas.

Cuando la corrosión subterránea sea completa, como sucede con los islotes volcánicos y madrepóricos de la Polinesia que la asídua marea roe durante millares de años, y que de repente se hunden, como engullidos por las inmensas fauces del Océano, el Estado desaparecerá con la agonía de la economía capitalista, una vez cese la principal de sus funciones, que es la de perro guardián del parasitismo de clase.

A la moral estadista, que corresponde a la violencia de cada espíritu y de cada organismo autoritario, se sustituirá irresistiblemente, como el soplo reanimador de las nuevas estaciones, la moral anarquista (que en estas épocas obscuras fue creída moral de sangre y de venganza por sus eniemigos y por sus ciegos amigos), y se sustituirá venciendo las últimas asperosidades de los ánimos, suavizando las hereditarias ferocidades de los instintos, conciliando las aversiones y los impulsos en el abrazo pacificador de los intereses armonizados, de las miserias redimidas, del bienestar defendido, de las mentes ilustradas, de los corazones dirigidos hacia el amor, la serenidad y la paz.

Entonces se verá, cuando el sol del mediodía ilumine los errores del pasado, que la escuela política de la autoridad, desde Aristóteles a Bismark, era la verdadera escuela de la violencia, tanto si fue cometida en nombre de la potestad divina, como del derecho militar, como del orden público o de la ley, y en cambio, verdadera escuela de libertad aparecerá aquella que fue juzgada secta de sanguinarias utopías porque alguno de los suyos respondió desde abajo con la violencia a la violencia triunfante arriba pisoteando los derechos humanos.

El principio de la solidaridad, pasando a través de la época de asidua y mutua prepotencia económica y politica, habrá vencido por completo los primitivos instintos de lucha antisocial entre individuos y clases; las naciones y las razas, después de las rudas maceraciones de la antigua refriega humana, tragedia de siglos que ensangrentó el mundo, harán reverdecer en la realidad la juventud de la utopia, la eterna calumniada, la perennemente mofada.

Se comprenderá, al fin, después de un combate intelectual maravilloso de derrotas y de audacias desde Platón a Kropotkine, que únicamente el desorden social y el principio de la lucha tienen necesidad de un instrumento de defensa, por su naturaleza violenta, y que lo halIan en el Estado gobierno; y que cuando a la lucha de cada uno contra todos, la cual fue el alma de todas las sociedades hasta entonces sucedídose en la Historia se sustituya la sólidaridad de todos en la lucha contra la Naturaleza para arrancarle los secretos y los beneficios en interés de la universalidad, la causa del orden triunfará sin coacción de ninguna clase, puesto que los intereses y los sentimientos de cada uno, conciliados en la armonía del bienestar y de la libertad de todos, gravitarán en torno del bienestar colectivo, como en los sistemas estelares los planetas gravitan alrededor del astro central que difunde sobre éstos la luz, el calor y la vida.

Pietro Gori.

HOY.

Bienvenidos a la máquina.

Bienvenidos a la máquina

Ciencia, vigilancia y cultura del control

Derrick Jensen y George Draffan

El rápido desarrollo de la tecnología, a fin de satisfacer los intereses del capital y el Estado, ha dado como resultado unos mecanismos de control que reducen a la nada la privacidad de los individuos sometidos a la maquinaria del sistema capitalista. Cámaras de video vigilancia, control de nuestros gustos y preferencias, observación desde distintos ángulos de todos los aspectos de nuestra vida, registro de llamadas telefónicas y correos electrónicos… La intimidad de cada uno queda reducida a lo más mínimo a fin de que se pueda exprimir toda la información posible para engrasar la máquina, producir, facilitar la mercantilización de todos los aspectos de nuestras vidas.
La pesadilla de los antiutopistas no se ha cumplido. A cambio, tenemos algo peor y, para colmo, es real. No nos encontramos con un gobierno en la sombra controlando de manera más o menos evidente nuestros pasos, sino con una cantidad tal de tecnologías de control con tan diversas aplicaciones que se hace difícil alcanzar a ver que todo responde básicamente a un mismo objetivo: asegurar el orden y el control de la población en una sociedad que engendra en su seno contradicciones que la ponen en peligro, así como facilitar la reproducción del capital.
Una sociedad que ve en toda innovación tecnológica un paso más hacia su liberación… De cualquier control.
Una sociedad que a medida que repite la palabra libertad la ahoga en un mar de cables, chips, cámaras y antenas.
Una sociedad máquina. Bienvenidos, bienvenidos a La Máquina.

Editorial Klinamen, Madrid 2009.

 

AYER.

 

El anarquismo ante los nuevos tiempos.

-Murray Bookchin.

A menos que la sociedad se inmole en una catástrofe nuclear, nos espera una era marcada por una novedad de tal impacto que puede constituir la transformación más radical vivida por la humanidad desde la revolución industrial, o mejor dicho, tal vez desde cuando nuestros antepasados iniciaron la agricultura, milenios de años atrás.

Es cierto: no estoy exagerando la dimensión y la importancia de este cambio, más bien lo estoy subvalorando. Ya estamos experimentando los primeros efectos, con el descubrimiento de los secretos» de la materia (nuclear) y de los secretos» de la vida (ingeniería genética), de consecuencias incalculables, bombas de hidrógeno, y de neutrones, misiles inteligentes» que pueden ser conducidos en la espalda y lanzados por un solo hombre, y en fin, estaciones espaciales, vehículos aéreos que vuelan a velocidades muy superiores a la del sonido, submarinos dotados de armas nucleares que pueden permancer sumergidos por períodos de tiempo casi ilimitados, y un armamento terrestre de armas automáticas, medios acorazados polivalentes, potente artillería, mortales toxinas biológicas y químicas, centros de mando superelectronizados, y, aún más, técnicas avanzadísimas de vigilancia desde los satélites que pueden fotografiar a un individuo desde centenares de kilómetros por encima de él, hasta los micrófonos direccionales que pueden captar una conversación a metros de distancia a través de una ventana cerrada… Todos estos medios de control y de destrucción son tan sólo los heraldos de una técnica que será considerada primitiva dentro de una o dos generaciones. Son asimismo la prueba de que el orden social existente carece incluso de los más mínimos rudimentos necesarios en cuanto a sensibilidad moral para hacer frente a cualquier gran descubrimiento en el campo científico y técnico.

Se puede afirmar, con una seguridad confirmada por una mole de pruebas realizadas, que el capitalismo, inevitablemente, por su propia naturaleza, utilizará cada progreso» técnico con objetivos autoritarios y destructivos. Y cuando digo destructivos, no me refiero sólo al destino de la humanidad, sino también a ese mundo natural del cual dependen para su sobrevivencia todas las especies en su conjunto: no existe ninguna diferencia sustancial, en este sentido, tanto si se habla de bombas o de antibióticos, de gas nervioso o de sustancias químicas para la agricultura, de radar o de comunicaciones telefónicas. Las ventajas que la humanidad puede espigar del progreso técnico son tan sólo migajas caídas de un orgiástico banquete de destrucción que en este solo siglo ha sacrificado más víctimas que en cualquier otro período histórico. La tan alabada sensibilidad hacia los valores de la vida humana, de la libertad individual, de la integridad personal es irrisoria ante el recuerdo de Auschwitz o Hiroshima. Ningún sistema social ha ofendido todo elevado concepto de civilización más brutalmente que el nuestro, que tan devotamente habla de libertad, de igualdad y de felicidad: palabras que son hoy sólo un camuflaje para la tradicional fe» en el progreso» y en el continuo ascenso de la civilización».

Lo que más me preocupa en este asunto no son los cambios técnicos que abiertamente amenazan nuestra sobrevivencia y la del planeta. Lo que me preocupa profundamente son las singulares condiciones a las cuales podremos sobrevivir» tras nuestra capacidad de destruir a nuestra propia especie. Me refiero a las nuevas aplicaciones de los descubrimientos científicos y técnicos en el campo de la industria y de la información que pueden determinar mutaciones radicales en las relaciones sociales y en la estructura del carácter, mutaciones capaces de minar nuestra voluntad de resistencia a la dominación. Atención: ya hemos sido cambiados, social y psicológicamente, desde fines del segundo conflicto mundial, durante el cual la ciencia fue aplicada sistemáticamente a la guerra, a la industria y al control social en una medida sin precedentes en la historia. He destacado el término sistemáticamente» con toda intención. La tecnología militar en la primera guerra mundial, en cuanto a mortandad, era todavía primitiva, no sólo en su potencia homicida (la guerra de trincheras era por lo menos limitada geográficamente y dejaba gran parte de la población civil al margen de portar armas), sino tambien por su carácter ad hoc. El desarrollo de los armamentos dependía de ocasionales inventivas, no de elaborados programas de aplicación de los principios físicos y del know how (saber cómo) ingenieril al arte de la destrucción de masas.

Por su parte, la segunda guerra mundial cambió radicalmente ese modo simple de usar la ciencia a fines militares. E1 proyecto Manhattan», que produjo la primera bomba atómica, consistió en la movilización masiva y conscientemente planificada de los mejores cerebros físicos y matemáticos disponibles, para producir una sola arma: algo similar a la movilización de masas de la población total para sostener el esfuerzo bélico». Los científicos participaron también en decisiones militares importantísimas como cuando J. Robert Oppenheimer, que era el jefe del Proyecto», le dio al ministro norteamericano de la guerra los datos decisivos para el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Hoy, este uso de la ciencia y de la ingeniería para el desarrollo de los arrnarnentos no está vinculado por el mismo escrúpulo de moralidad e integridad científica. Si sobreviviéramos» a la ilimitada potencia de la ciencia en términos de destrucción en masa, no hay nada que pueda impedir a los Estados y a sus ejércitos el invadir el espacio con los más letales sistemas de aniquilación humana y de invadir las mentes con técnica informática y métodos de condicionamiento que hacen palidecer cualquier cosa que se pueda leer en el 1984 de Orwell.

Otra cosa, asimismo preocupante, es que en los Estados Unidos, en Japón y en parte de Europa estamos asistiendo a cambios industriales que son no menos radicales que aquellos militares a que he aludido, cambios que predije veinte años atrás en Hacia una tecnología liberadora y que ingenuamente esperaba fueran al servicio de la liberación humana, mientras, por lo contrario, sirven en la actualidad al orden existente para alimentar el dominio del hombre sobre el hombre.

Me refiero a una amplia reestructuración de toda la economía sobre bases electrónicas, a un género de revolución industrial del todo nueva que amenaza con sustituir el mismo aparato sensorial humano con aparatos mecánicos electrónicamente guiados. Se debe tener en cuenta que estamos apenas en los primeros pasos de una serie de progresos» técnicos que convertirán en obsoleta tanto a la fábrica y a la oficina, como a la hacienda agrícola tradicional, que alimentarán la centralización política y potenciarán el control policíaco, para no hablar del condicionamiento dirigido hacia los medios masivos de la mente y del espíritu, que alcanzará niveles inimaginables. La línea de montaje, que es tal vez la más relevante innovación industrial de la época entre las dos guerras mundiales, podía ser asociada al nombre de un emprendedor con inventiva como Henry Ford, o antes que él, con un Ely Whitney. Del mismo modo, la revolución en el ámbito de la comunicación, del transporte aéreo, de la iluminación eléctrica, del cinematógrafo, del telégrafo, de la radio eran asociados a sólo nombres personales. Hertz, Bell, los hermanos Wright, Edison, etcétera. Hoy los inventos técnicos son prácticamente anónimos. Al igual que el Proyecto Manhattan», ellos son el resultado del trabajo colectivo y sistemático de brigadas» de investigadores del ejército o de las grandes empresas, que pueden producir a voluntad todo cuanto sea razonablemente necesario. No existen, por tanto, límites intrínsecos, en términos amplios, a no importa que sistema o aparato para conseguir -o casi- cualquier fin. La palabra invención» ha perdido su significado tradicional de acto personal inspirado para descubrir o crear. No es un individuo, con sus escrúpulos morales o con su sentido del bien público, que da su contribución a la innovación tecnológica. Los Henry Ford y los Thomas Edison (a pesar de todas las connotaciones negativas con las que justamente se les asocia) han dejado el puesto al Pentágono, a la General Dynamics, a la General Motors y a todas las demás entidades y empresas que se hallan al abrigo del riesgo de consideraciones éticas y sociales en el anonimato de su actuar y en la impersonalidad de su trabajo en brigadas».

Debemos tener en cuenta que estos cambios tecnológicos-y el modo como se han operado-señalan el fin de toda la historia anterior a la segunda guerra mundial, de esa historia en que se basa tanta parte de nuestra teoría. E1 sindicalismo ha compartido con el marxismo la firme convicción de que el proletariado industrial era el sujeto histórico» para el derrocamiento revolucionario del capitalismo. Aunque hace tiempo que he abandonado tal creencia, por razones tanto teóricas como prácticas, encuentro más bien irónico que esta cuestión se halle destinada a perder bien pronto su relevancia, para no hablar de su validez, desde el momento que el proletariado en cuanto tal está declinando en consistencia y en importancia estratégica. Contrariamente a la expectativa sindicalista y marxista, el proletariado va declinando históricamente junto con el sistema de fábrica y con la tecnología tradicional que le dieron origen como clase. Y no se cambian sustancialmente los términos del problema ampliando las definiciones del término proletariado» hasta incluir los cuellos blancos» e incluso los empleados estatales: aunque para éstos se perfila una drástica reducción numérica. En los Estados Unidos, que deben asimismo emprender seriamente su reconversión industrial», los cuellos azules» han descendido de un veinticinco por ciento a un quince por ciento de la fuerza laboral: declinación que previsiblemente proseguirá hasta que la clase obrera tradicional sea reducida a una exigua porción de la población.

Ya ahora, todavía, ni los cuellos blancos» ni los cuellos azules» muestran aquel arrojo, aquella vitalidad característica del proletariado clásico de la época precedente a las dos guerras mundiales. Es, además, interesante desde un punto de vista teorético, preguntarse si una clase obrera de herencia industrial, como aquella alemana de los primeros veinte años de este siglo, fue alguna vez revolucionaria, en comparación a una reciente clase obrera de cuño agrícola, como la española y la rusa, que vivieron la dolorosa transición de un mundo rural a uno industrial, con todos los sufrimientos psicológicos y culturales conexos con una drástica readaptación a modelos de vida altamente racionalizados y mecanizados.

La evolución de las clases

La propia historia está emitiendo todavía una sentencia que tiene más contenido existencial que cualquier teoría. Hasta para los programadores de computadoras -para no hablar de los perforadores de tarjetas mecanográficas, de los empleados de tercera y de los pequeños burócratas-se delinea una declinación en términos numéricos y en relevancia social, a consecuencia de la introducción de las conocidas como computadoras inteligentes», cuyo ulterior desarrollo a niveles de increíbles sofisticaciones es sólo cuestión de tiempo. Todo movimiento radical que base su teoría de cambio social sobre un proletariado revolucionario -compuesto solo de obreros o de obreros y empleados-vive en un mundo que se va, en el supuesto caso que haya existido, con la desaparición de los oficios y de los trabajos de raíz campesina de la Europa latina y eslava del siglo pasado.

Se me permitirá destacar que no estoy diciendo lo que digo para disminuir la importancia de ganar el apoyo de la clase laboral para un proyecto de emancipación humana, ni intento denigrar los esfuerzos en este sentido de los sindicalistas. Hoy en día un proyecto liberador que le falte el apoyo de la clase trabajadora está destinado probablemente al fracaso: los cuellos azules», y aún más si se unen a los cuellos blancos», representan todavía una considerable fuerza económica. Pero, en cuanto a eso, también un proyecto liberador que no logre atraerse a su lado a los jóvenes que componen los ejércitos de todo el mundo está asimismo destinado al fracaso.

En los parámetros temporales que definen la unidad de nuestra época, el proyecto liberador se encuentra frente a los problemas típicos de un período de transición: la exigencia de trabajar con aquellos estratos sociales en declinación que constituyen todavía elementos decisivos de mutación social; la exigencia de trabajar con estratos sociales emergentes que están convirtiéndose en factores decisivos del cambio social, como por ejemplo los técnicos y los profesionales altamente calificados; la exigencia de trabajar con los oprimidos de siempre, que siempre serán decisivos elementos potenciales de cambio social, como las mujeres y las minorías étnicas; la exigencia de trabajar con los denominados grupos marginales», categorías socialmente no bien definidas, que pueden volverse elementos decisivos para el cambio social, como la inteligenCia radical, que ha jugado un papel estratégico en todas las situaciones revolucionarias, y los individuos que escogen estilos y normas de vida cultural y sexual no ortodoxos.

El tiempo, enemigo.

Pero el tiempo no juega a nuestro favor. Es muy probable que, si no nos volvemos hacia aquella capacidad de penetración intelectual, hacia aquella praxis y a aquellas formas de organización adecuadas a los problemas que hemos de enfrentar, el tiempo trabajará contra nosotros. La innovación tecnológica está avanzando a una velocidad que supera todo visible cambio en la esfera social y en la política. Antes o después, lo social y lo político deberán ser radicalmente sincronizados con lo tecnológico, de otro modo se abren en el sistema fisuras inmensas que harían palidecer la era fascista de los años veinte y treinta comparadas a lo que nos espera. El 1984 de Orwell es simple, no porque describe una sociedad completamente totalitaria, sino porque no prevé ese enorme instrumental tecnológico que hubiera hecho de Oceanía un mundo todavía más deprimente. Para comprender plenamente el alcance de la vuelta que puede tomar la sociedad, deberemos ver qué cosa espera el capitalismo, así como ver que cosa nos espera.

En primer lugar, el capitalismo debe reestructurar drásticamente su sistema político para hacerlo congruente con la evolución económica y técnica en activo. La democracia burguesa», o sea las instituciones surgidas de las revoluciones inglesa, americana y francesa, son absolutamente inapropiadas en un mundo cibernético, altamente racionalizado y dominado por las grandes empresas. La dimensión utópica de esas revoluciones, que indujo a Kropotkin a escribir su famosa La gran revolución, aún pone un límite al uso interno del poder político y militar.

E1 reciente retiro de los marines norteamericanos del Líbano, por las presiones de la opinión pública nacional, es un ejemplo casi banal. Reagan y sus acólitos hubieran querido tener manos libres en el asunto libanés, así como Johnson lo hubiera deseado para Vietnam. En ambas ocasiones debieron echar marcha atrás a consecuencia de una ola creciente de críticas por parte del público y del Congreso, críticas que fueron posibles gracias a la estructura política republicana de los Estados Unidos. Esa estructura es a su vez el producto de una revolución popular y en gran parte rural que dos siglos atrás dio al pueblo norteamericano una Carta de los Derechos y un cuadro institucional basado en la separación del poder ejecutivo del legislativo y del judicial. Es fácil destacar como esta estructura fue más libertaria en sus origenes que ahora y que en los útimos tiempos se ha hecho más centralizada, pero lo que más cuenta, en este caso, es el hecho de que es todavía demasiado libertaria para los problemas que el capitalismo debe afrontar en el futuro y éste tratará de modificarla drásticamente para evitar que esos problemas produzcan difusos y peligrosos fermentos sociales.

¿A qué problemas aludo? Presumiblemente la tecnología cibernética, que se halla apenas en su infancia, convertirá en económicamente superflua a la mayoría de los norteamericanos que hoy trabajan. No estoy haciendo retórica. Cada decenio lleva en sí profundos cambios técnicos que van haciendo inútiles» casi todo tipo de trabajo tradicional. Prácticamente toda operación conexa con la materia prima, con la manufactura, con los servicios, puede ser desarrollada, esencialmente, por aparatos cibernéticos, y, Si se prosigue la lógica del capitalismo, esta sustitución será una realidad. Aunque algunos millones de personas queden todavía de alguna manera implicadas en estas operaciones, ellas constituirán los márgenes» de la economía, no su núcleo. Debemos enfrentarnos al hecho de que es posible una tan imponente sustitución del trabajo humano, asi como que es inevitable si el capitalismo sigue su curso. Ignorar esa posibilidad significa meter la cabeza bajo tierra como la proverbial avestruz… hasta que nos hayan arrancado todas las plumas, una tras otra.

¿Qué cosa significa existencialmente esa ilimitada revolución tecnológica?. Significa que el capitalismo deberá afrontar el problema de los innumerables millones de personsas que, desde el punto de vista burgués, no contarán con ningún puesto en la sociedad. Nadie de nosotros, militantes de los años treinta, se había imaginado como posible la solución final» de Hitler para los hebreos y sus planes demográficos para exterminar gradualmente millones de eslavos de las regiones orientales, destinadas a ser recolonizadas por poblaciones de lengua alemana. Sin embargo, Auschwitz se convirtió en el testimonio terrorífico de la realización de lo que parecía fantasioso». Ningún movimiento radical -socialista, anarquista o sindicalista-hubiera podido jamás prever tal desenvolvimiento en una nación evidentemente civilizada de Europa. Y todos aquellos de nosotros que recordamos aquel tiempo debemos admitir que salimos de la guerra como de un infierno, totalmente trastornados por sus horrores.

Hoy y en los años por venir, ese mismo capitalismo que ha producido un Hitler es seguramente capaz de producir instituciones que acaben con la población superflua, sin importar cuán numerosa y recalcitrante pueda ser. ¿Padeceremos cualquiera otra estrategia genocida similar a la de Hitler? No excluyamos demasiado fácilmente una solución» que ya ha sido dada en el pasado. Los métodos pueden ser más indirectos, como los actuales sistemas chinos de control demográfico» o el escandaloso sistema de estirilización forzada impuesto por Indira Gandhi. O puede presentarse una solución de tipo parasitario, como el sistema de la Roma clásica, que transformó una buena parte de los ciudadanos de la República en inutiles consumidores. No lo sé. Y por fortuna el peso de mis años tal vez me permita no llegarlo a saber.

Lo que sí sé es que la democracia burguesa» se percibe ya como anacrónica para los sectores más avanzados» de la burguesía. Sé que viene dándose la máxima prioridad para una modificación gradual de su estructura institucional, pieza tras pieza. Por ejemplo, tan sólo el voto de dos estados de la Unión preserva hoy a los Estados Unidos de una Asamblea constituyente, la primera desde aquella de 1787, y es un detalle escalofriante para cualquiera que crea en las libertades civiles. Por otra parte, se han presentado enmiendas para extender el mandato presidencial de cuatro a seis años. La reestructuración del Estado democrático burgués» está a la orden del día en casi todos los países industrializados del mundo. Lo único que detiene al capitalismo para la totalitarización completa de esos países es el enorme peso de las tradiciones que, en todas las partes del Occidente, frustra al poder ejecutivo, y en particular la tradición libertaria de los Estados Unidos, con su énfasis sobre los derechos individuales, sobre la autonomía, sobre el control local, sobre el federalismo. Además, también los cotidianos conflictos internos en el seno de la propia burguesía tienden por ahora-pero sólo temporalmente-a contrabalancear esta tendencia ultraautoritaria. Cómo debemos conducirnos-en cuanto anarquistas-ante tales tensiones, es un gravísimo problema que no se puede dejar de lado con respuestas más apropiadas para una economía industrial tradicional y un movimiento obrero vital que para una inminente economía cibernética con unos perfiles de clase menos definidos.
La omnipresencia del Estado

En segundo lugar, el Estado se ha convertido en algo omnipresente como jamás lo había sido con anterioridad. Asistimos a su crecimiento en forma tal que jamás hubieramos podido imaginar en épocas precedentes, mucho más simples. Es cierto, se puede pensar en los grandes despotismos del mundo antiguo como ejemplos de formas estatales más despiadadas, tales como el despotismo asiático estudiado por Karl Wittfogel y otros historiadores. Pero raramente el Estado ha tenido este carácter de omnipresencia, ese carácter típico de condición humana que tiene hoy y que todavía amenaza con serlo más en el futuro. Kropotkin, atinadamente, destacaba que por más tiránicos que fueran los Estados coexistían con un mundo subterráneo» de villas, ciudades, barrios urbanos, para no mencionar diferentes asociaciones y corporaciones que eran impugnables a la invasión gubernativa. Todavía en los años treinta, en los Estados Unidos podía uno, tras su trabajo, retirarse del mundo industrial y acogerse en una sociedad preindustrial, doméstica y comunitaria, en la cual el individuo podía preservar su humanidad. A pesar de todos sus defectos patriarcales y de patrioterismo, ese mundo preindustrial excesivamente individualizado era profundamente social. Era el mundo de la extensa familia en la que varias generaciones vivían juntas o en íntimo contacto una con otra, preservando la cultura y las tradiciones de un espacio no burgués. Era el mundo de la patria chica, de la pequeña patria»: la villa, la ciudad, el barrio, donde la amistad era íntima y donde existía un espacio público que nutría una esfera pública y un cuerpo político activo.

Existían todavía centros comunitarios que contaban con un lugar para la instrucción, la conferencia, el mutuo apoyo, los libros, los periódicos, la exposición de ideas avanzadas» y aun para la ayuda material cuando los tiempos eran duros. Los centros obreros (ateneos libertarios), creados por nuestros compañeros españoles en numerosas ciudades y poblaciones de la península ibérica eran la expresión más consciente de un fenómeno profundamente espontáneo a la vez que típico de la era precedente a la segunda guerra mundial.

La calle, la plaza y los parques constituían un espacio de reunión todavía más amplio y fluido. Recuerdo, de mi juventud, los famosos mítines en una esquina de la calle, donde una sorprendente variedad de oradores radicales hablaban a un público cautivado, o más bien expectante. Ese fantástico mundo de la caja de jabón» (los oradores hablaban mientras permanecían de pie sobre tales cajas, N. del T.), como era conocido en Norteamérica, era una fuente de activo intercambio político, un mundo que adiestraba tanto a los oradores como al público en el arte de la actividad pública radical. Más allá de esos niveles de vida doméstica y pública existía la esfera para la actividad local, regional e incluso nacional, más lejana quizá del beneficio individual pero altamente educativa y más enérgicamente contestataria de cuanto pueda serlo hoy.

E1 Estado y la sociedad industrial han destruido ese mundo social y político descentralizado. Sus medios de información entran en todos los hogares y sus computadoras los unen a sofisticados sistemas de administrtación y de control. Las grandes familias, ricas en diversidades generacionales y culturales, se han marchitado a través de la familia nuclear, constituida por dos genitores intercambiables y con sus dos o tres hijos intercambiables también. Los ancianos han sido oportunamente expedidos a barrios residenciales para ciudadanos de la tercera edad», así como la historia y la cultura preindustrial ha sido enterrada en los museos, en las academias y en los bancos de datos de las computadoras. La venta de alimentos, de artículos de vestir y domésticos, así como de diversos instrumentos, que en un tiempo fue una actividad muy personalizada, propia de comerciantes locales (muy frecuentemente negocios de gestión familiar) en estrecha conexión con los barrios o la ciudad, es hoy un gran negocio de empresas enormes. En los gigantescos centros comerciales que constelan el continente americano (siempre mayores que incluso los europeos), se trata ya de una forma de distribución impersonal, mecanizada, en que los adquirentes y los productos vienen envueltos juntos, al cajero, y reexpedidos en su automóvil a su lejana casa». Las calles están congestionadas de vehículos~ no de seres humanos, y las plazas se han convertido en estacionamientos, no en lugares donde la gente se reúna y dialogue.

Las autopistas desgarran los centros de la ciudad e irradian en los barrios con efectos espantosamente destructivos para la integridad cultural de la comunidad. En ciudades como Nueva York, los jardines son lugares de crímenes y de peligros personales a los que se entra temeroso de perder la propia vida. Los centros comunitarios han desaparecido de todas partes, excepto de los barrios más tradicionales, donde corren el riesgo de convertirse en objetos de curiosidad para los turistas y para los sociólogos. El discurso es preferentemente electrónico reservado a sedicentes expertos» y estrellas de los medios masivos a debatir en las horas más importantes con una pasiva vacuidad que está produciendo una generación de idiotas y de mudos. La cultura subterránea» celebrada por Kropotkin en el Apoyo mutuo está prácticamente desapareciendo en los Estados Unidos, sobre todo tras el declinar de los años sesenta, y el mundo en que florecía ha sido casi todo digerido por la red de estaciones de los medios de comunicación (propiedad del Estado y de las grandes empresas) que embrollan los sentidos más que dirigirse a la mente, que hablan a las vísceras más que a la cabeza.

Está surgiendo una generación que desprecia el pensamiento en cuanto tal y que ha sido adiestrada a no generalizar. La actividad cerebral apresa la forma de imágenes adocenadas idénticas a las que presentan la televisión y de una mentalidad» (si así puede todavía llamársele) reductiva que obra con frenos» cuantitativos de información antes que con conceptos cualitativos. Encuentro tal desarrollo simplemente aterrador, en cuanto subvierte la mente, impidiendo la capacidad de imaginar espontáneamente por la alternativa y de obrar de manera que contradiga las imágenes» prefabricadas que la industria publicitaria (política y comercial) tiende a imprimir en el cerebro humano. La gente comienza hoy a percibir todos los fenómenos del mismo modo en que recibe las imágenes televisivas: como figuraciones ilusorias creadas por el movimiento rapidísimo de las partículas electrónicas sobre la pantalla televisora, figuraciones que despojan al dolor, el sufrimiento, la alegría y el amor de toda realidad, dejándonos tan sólo una cualidad unidimensional espectacular. Las imágenes, en realidad, comienzan a sustituir a la imaginación, y la figura impuesta por lo externo comienza a sustituir a la idea formada internamente.

¿Y si la vida viene confiada por una simple relación de espectador entre un público privatizado y un aparato electrónico, de qué otra cosa tenemos necesidad sino de figuras y de entretenimiento como substitutivos del pensamiento y de la experiencia?
Humanidad y Naturaleza

Todo ello nos lleva al tercer-y por fortuna último-problema que intento destacar: el problema de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Se trata de un problema que ha adquirido proporciones cruciales, muy diferentes a las que se podían prever en 1952, cuando publiqué mi primer trabajo sobre el desastre ecológico. Todavía en 1983, cuando escribí Ecología y pensamiento revolucionario, recuerdo que hablaba del efecto invernal» que podría elevar la temperatura del globo lo suficiente como para desatar parte de los casquetes polares dentro de algunos siglos», de trastornos en el ciclo hidráulico y en los ciclos del azoe, del carbono y del oxígeno (que definía unitariamente como ciclos biogeoquímicos»), que hubieran podido al final» hacer saltar los mecanismos homeostáticos que conservan el equilibrio biótico y meteorológico del planeta; de un ambiente peligrosamente contaminado», desde el suelo hasta los alimentos cotidianos, y de una biosfera cada vez más simplificada que podía invertir el curso del reloj evolutivo en dirección a un mundo menos complejo y por tanto incapaz de mantener formas complejas de vida, como los mamíferos si no es que todos los vertebrados.

Jamás hubiera podido suponer, sólo hace veinte años, que en los años 90 y el inicio del próximo siglo (podría decir en este momento) nos encontráramos en una biosfera peligrosamente contaminada» (podría decir catastróficamente contaminada). Sin embargo, la Academia Nacional de la Ciencia y el Ser para la Protección del Ambiente en los Estados Unidos señala que podremos ver el efecto invernal sobre el nivel de los mares en una docena de años aproximadamente. Eminentes ecólogos creen que los vitales ciclos biogeoquímicos se hallan al borde de un grave desequilibrio y que la gravedad y la extensión de la contaminación planetaria se halla a niveles increíbles, superiores a nuestros propios temores. La relación anhídrido carbónico-oxígeno en la atmosfera está aumentando de nuevo desde 1900. Con la tala de la faja de bosques ecuatoriales, junto con la destrucción masiva de los bosques septentrionales debido a la lluvia ácida», es probable que se vea esta relación crecer espantosamente en los años venideros.

Todos nuestros océanos están espantosamente contaminados. Vastas zonas del Golfo Pérsico tienen los fondos cubiertos con una espesa capa de sedimentos bituminosos, como consecuencia de la guerra entre Irán e Irak. El aire, el agua y los alimentos son vehículos de derivados orgánicos de cloro, altamente cancerígenos, prácticamente desconocidos a los ecólogos de hace unos pocos decenios, para no hablar del plomo, del mercurio, del amianto y de los compuestos azoados que el cuerpo puede transformar en mortales nitrosaminas; en suma, una variedad aparentemente sin fin de venenos que aumenta en número a un ritmo anual superior a la capacidad de los químicos ambientales para denunciar su presencia. Desechos tóxicos por decenas de miles proliferan en los continentes, derramando sus venenos de lentísima degradación en las capas acuáticas subterráneas, en los ríos, en los lagos, en fin, naturalmente, en el agua potable.

La simplificación del ambiente que me preocupaba antes, tiene lugar hoy bajo mis propios ojos. Los venenos y la lluvia ácida que arriban a los océanos están destruyendo ecosistemas marinos completos. E1 fitoplancton, base del ecosistema acuático, disminuye en cantidad, y zonas otrora abundantísimas en peces se van empobreciendo a un ritmo impresionante como consecuencia de la superexplotación. Vastas zonas del suelo se han convertido en desérticas y por doquiera se mina la integridad de nuestra flora planetaria. No nos engañemos: la cuestión ecológica no es secundaria respecto a la crisis política, económica, militar. Si la próxima generación no alcanza a vivir la extinción termonuclear, tal vez sea porque se hallará frente a la extinción ecológica. Nos enfrentamos no sólo a una sociedad moribunda, sino también a un planeta moribundo y ambos sufren del mismo morbo y la misma causa: nuestra mentalidad histórica de dominio, cuya pretensión de progreso» es hoy día una dramática mofa de la realidad.
¿Qué hacer como anarquistas?

¿Cómo podemos, en cuanto anarquistas, hacer frente a los cambios radicales en el campo técnico, económico, social y ecológico que hasta aquí he tratado? ¿Se trata acaso de cuestiones marginales» subordinadas o irrelevantes respecto a nuestra incesante tarea de organizar a la clase trabajadora y de combatir la explotación ¿Cuáles son las prioridades programáticas», cuál es la orden del día» de nuestro movimiento para los años subsiguientes a 1984, de existir una orden del día que pueda comprender nuestros esfuerzos a nivel internacional, al lado de nuestra oposición al Estado y al autoritarismo en todas sus formas?

Tal vez sea una presunción exagerada sugerir que haya tal orden del día válido para todo el mundo, y de cualquier manera no creo hallarme en posibilidad de dar consejos pragmáticos y de prioridades» a los compañeros mucho mejor informados que yo sobre sus situaciones regionales. Puedo, sin embargo, hablar con buen conocimiento de causa de los Estados Unidos, dado que hablo todos los años a miles de norteamericanos sobre una gran variedad de temas: desde la ecología a la planificación urbana, de la teoría social a la filosofía. Pienso asimismo que puedo desenvolverme con cierta competencia sobre una amplia parte de lo que he dicho al mundo de lengua inglesa».

A juzgar por el sectarismo y nihilismo que he encontrado en muchas publicaciones sedicentes libertarias de la zona linguística angloamericana, soy propenso a ser bastante pesimista.

Sin embargo, el anarquismo podría ser hoy el movimiento más activo e innovador del área radical, si quisiera serlo. De nuestros ideales de autogestión, descentralización, tederalismo y apoyo mutuo se han apropiado impúdicamente, sin una palabra de agradecimiento, escribas marxistas que se limitan a aplicar el rabo de esos conceptos al asno comunista o socialista, como un extraño apéndice notoriamente fuera de lugar. Nosotros, los anarquistas, hemos sido desde hace mucho tiempo los progenitores de una sensibilidad orgánica, naturalista y mutualista de la que se ha apropiado el movimiento ecológico, con escasísimas referencias a las fuentes: el naturalismo de Kropotkin y la ética de Guyau. Que muchos aspectos de esa sensibilidad denotan los finales de siglo en los que fueron formados no es un buen motivo para adoptar actituddes cautas de carácter puramente proteccionista y defensivo. Todas las ideas importantes son producto de su tiempo y deben ser elaboradas o modificadas para enfrentar nuevas condiciones, nuevos desarrollos.

Y las nuevas condiciones van emergiendo, como he tratado de demostrar. Lo que unifica al anarquismo del mundo clásico y también del mundo tribal hasta nuestros días, está todo en esta idea: ningún dominio del hombre sobre el hombre. Esa postura antiautoritaria es el corazón y alma del anarquismo, su autodefinición como cuerpo de la idea y la práctica. E1 hecho, en fin, de que las obras de Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Pelloutier, etc., le hayan dado un contenido sistemático significa que hay una base para crecer… y ser podado, no que le deba faltar creatividad y fecundidad. Nuestras tradiciones son nuestro suelo; pero la vida que este suelo mantiene es un fenómeno en continua evolución y no puede ser limitado en el tiempo y en el espacio por la forma originaria de su hábitat. Osificar al anarcluismo en textos sacros y rituales significa emular a los marxistas, cuya devoción casi eclesiástica a los viejos pergaminos consagrados ha transformado un inmenso cuerpo teórico en pura exégesis y comentarios. No podemos permitirnos la vía de la disputa intramuros y de las riñas sectarias sobre la historia y sobre el significado textual, sin caer también nosotros en un formalismo asimismo esclerótico y en un contenido asimismo ambiguo para volverse pura ideología en el peor sentido del término: una apología de las condiciones existentes o-todavía más absurdamente-de las condiciones de tiempos pasados.

Debemos estar dispuestos a interrogarnos sobre cuál sujeto histórico» llevará en sus espaldas la carga del cambio social en los años venideros.

Así, ¿todavía tiene sentido hablar de una clase hegemónica» cualquiera en una sociedad en la que la estructura de clases se está desintegrando? Debemos estar prontos a definir las nuevas cuestiones emergentes, como la ecología, el feminismo, el racismo, el municipalismo y aquellos movimientos culturales que se ocupan de la calidad de la vida en el más amplio sentido del término, para no hablar de las tentativas de oponerse a la alienación en una sociedad espiritualmente vacía. ¿Se pueden ignorar los nuevos movimientos sociales» que surgieron en la Europa central, como los Verdes y las coaliciones antinucleares y pacifistas que rebasan tantas líneas de clase y tantos confines nacionales. Debemos estar dispuestos a salir de las viejas trincheras ideológicas, para mirar con honestidad, claridad e inteligencia el mundo autoritario que se va remodelando en torno nuestro y a tomar nota de las tensiones que existen entre las tradiciones utópicas de las revoluciones democráticas burguesas y la marea ascendente del militarismo y centralismo que amenaza con cancelar esas tradiciones. ¿Se puede ignorar la política localista, los movimientos municipales y de barriada, la afirmación de los derechos democráticos contra las tentativas de incrementar la autoridad del poder ejecutivo?

Si los años sesenta me han enseñado algo, como norteamericano, es que no puedo hablar a mis compatriotas» en el alemán de Marx, en el ruso de Lenin, en las lenguas asiáticas de Mao y de Ho Chi Min ni tampoco en el español de Fidel: son todas aquellas lenguas» que hablándolas los bolcheviques de nuestra casa se aislaron completamente de la vida americana. Las grandes masas de inmigrantes que introdujeron en América el socialismo y el anarquismo europeos si no desaparecieron, están en vías de desaparecer. Ideológicamente, los norteamericanos se hallan de nuevo frente a sus propias tradiciones y lenguaje, aparte del marxismo académico, incestuoso y hermético en sí como casi todas las disciplinas académicas, no conocen otra ideología o mitología si no aquella amasada en casa, en la escuela, por los medios. Gracias a las tradiciones libertarias de la Revolución norteamericana-tradiciones bien observadas por Proudhon y por Bakunin y, si me permiten agregar, por ellos admirada-encuentro más útil hablar a los norteamericanos en la lengua de Sam Adams, Thomas Paine, Thomas Jefferson, Henry Thoreau, Ralph Waldo Emerson y gente como ellos.

Las palabras son más comprensibles y su realidad más llevada de la mano del lenguaje de los inmigrantes formados más en la lucha contra sociedades feudales o comerciales simples que no contra una sociedad altamente industrializada, como la presente, que contradice duramente las tradiciones de la América campesina. Lo que hago es reelaborar las palabras de los viejos revolucionarios americanos para explicar mis principios anarquistas, utilizándolas en nuevos contextos, al igual como mis compañeros españoles eran ibéricos hasta la médula y hablaban tanto en la lengua de Pi y Margall como en la de Mijail Bakunin. Soy y permaneceré siendo internacionalista bajo cualquier aspecto y me opongo a toda forma de patrioterismo y chovinismo que pueda ponerme sobre o fuera de mi humanismo anárquico universal. Sé, sin embargo, que no tiene sentido exhortar a los norteamericanos a las armas e invocar imágenes flamígeras de un pasado que les es extraño y tal vez incompresible, sobre todo cuando el armamento del Estado ha dado un gran salto y está muy por encima de aquel de las barricadas y de la potencia de fuego de la Comuna de París y de la Revolución española.

Puedo, en su lugar, hablarles de su poder dual en el sentido histórico del térrnino. Palabras como contracultura», o sea una reivindicación programática que puede ser orquestada por la base contra la cúspide, contra el poder estatal centralizado. No puedo llegar a los obreros en sus fábricas y sindicatos, porque unas y otros son escuelas de jerarquía y de dominio, pero sí puedo llegar a ellos-y a mucha otra gente-en mi barrio y a los citadinos limítrofes a mi comunidad. En Burlington, Vermont, los anarquistas han sido los primeros en instituir asambleas de barrio-versión urbana de los mítines citadinos de la Nueva Inglaterra-, que en esencia pueden ser igualmente instituidas en cualquier parte: Milán, Turín, Venecia, Marsella, París, Ginebra, Francfort, Amsterdam, Londres… Lo que obstaculiza su nacimiento no son dificultades logísticas o problemas de dimensión demográfica, sino el nivel de conciencia que sobre temas localísticos es más elevada en Nueva Inglaterra que en otras partes de Norteamérica. ¿Y no es por lo demás eso de la conciencia-conciencia de clase o conciencia libertaria-el problema central de todo proyecto liberador?
El Sindicalismo

No puedo más que augurar a nuestros compañeros sindicalistas el máximo éxito. Habiendo crecido en la industria metalúrgica y automotriz, he buscado desde hace mucho tiempo una conciencia de clase revolucionaria entre los obreros norteamericanos, una conciencia que nunca he hallado ni siquiera en los años treinta y cuarenta y mucho menos en los últimos decenios. He encontrado entre mis compañeros de trabajo una militancia ejemplar y una gran fuerza de carácter? pero ninguna prueba, a gran escala, de que el capitalismo sea un sistema más intolerable para los obreros que para los demás estratos de la sociedad-supuesto que sea intolerable-. Más bien he hallado tendencias libertarias entre los jóvenes de los años sesenta, entre las mujeres de los años setenta y entre los ecologistas de los años ochenta. Cada vez me convenzo más que deberíamos volver a la palabra pueblo»: una gran y creciente mezcla de individuos que se sienten oprimidos y dominados, no sólo explotados, en todos los ámbitos de la vida: en el ámbito familiar, generacional, cultural, sexual, étnico y moral aparte de económico. Marx criticó a los anarquistas porque hablaban de masas trabajadoras», de trabajadores» y de oprimidos» en vez de usar el término científico de proletariado». E1 resultado es que nosotros teníamos razón y él estaba terriblemente equivocado, según el veredicto comprobado no sólo por la teoría sino por la misma historia.

Pero, ante un movimiento anárquico de tal género, siento que es mi deber empeñarme en una actividad pública que tenga un significado para todos aquellos norteamericanos que logro reunir. En cuanto norteamericanos, poseen una tradición libertaria superficial que procuro profundizar hacia el nivel del anarquismo. Me dirijo a su fe en los derechos individuales, en la descentralización, en una concepción activa de la ciudadanía, en el apoyo mutuo y en su aversión por la autoridad gubernativa. Y no critico en demasía el acoplamiento de libertad-propiedad. Les recuerdo las instituciones libertarias tipicas de su tradición revolucionaria norteamericana: asambleas de ciudadanos, formas asociativas confederales, autonomía municipal, procedimientos democráticos… Mi objetivo es claro: crear, a partir de las tradiciones libertarias norteamericanas, aquellas formas de la libertad que puedan oponerse al creciente poder del Estado y a la concentración de la autoridad política y económica. E1 núcleo central de mi planteamiento es tanto municipalista cuanto ecológico y contracultural: fortalecimiento y confederación de países, barrios, ciudad, como contrapeso a Washington y a los feudos estatales que constituyen la Unión Americana.

Mi lenguaje es más populista que proletario, con énfasis partícular en el dominio más que en la explotación. Mi programa consiste en crear un poder popular dual, antagónico al poder estatal que amenaza los residuos de libertad del pueblo norteamericano: un poder popular que reconstituya en forma anárquica aquellos valores libertarios y aquellos elementos utópicos que son el patrimonio más vital de la Revolución americana
El único planteamiento

Que este planteamiento pueda tener éxito o no es una cuestión a la que no puedo dar una respuesta cierta. Lo que me parece cierto es que es el único planteamiento que puede funcionar en los Estados Unidos: si fracasase no sabría qué otra estrategia proponer para esta parte del mundo. E1 pueblo norteamericano no está dispuesto a seguir una vía socialista que amenace su libertad, por lo que no está dispuesto a aceptar un programa de clases, que, por otra parte, el proletariado norteamericano no ha aceptado jamás.

La autoorganización, la acción directa, el antiautoritarismo y el municipalismo son todavía elementos significativos del Sueño norteamericano», un sueño-o, si se prefiere, un mito-que se imagina a Norteamérica como el reino de la reconstrucción utópica: una Norteamérica que es el Nuevo Mundo» no sólo en la secuencia del descubrimiento geográfico, sino Nuevo» en la historia de la libertad y de las experimentación política. Y si el sistema de partidos y los principios organizativos tomados en préstamo por la Izquierda» terminaran por prevalecer a tal punto en la imaginación colectiva para sofocar del todo la herencia libertaria del país, las posibilidades se habrían esfumado tal vez para siempre en los Estados Unidos. Los norteamericanos tienen esta alternativa: volverse a una vía libertaria del género que he señalado o bien convertirse en el más peligroso flagelo que el mundo haya jamás visto en la historia de la humanidad. Y no debemos estar dudosos en el asunto: Norteamérica puede realmente jugar un papel nefasto.

Por consiguiente, en los Estados Unidos existe esa tensión entre una tradición libertaria que frena la expansión del imperio norteamericano y nuevas fuerzas que van soliviantando al país hacia un papel mundial más violento y destructivo. Sólo los anarquistas están en posibilidad de comprender apenas la intensidad de esta tensión y la extraordinaria potencialidad que ello representa para un programa y un movimiento de reconstrucción utópica. La Izquierda» marxiana está insensible al argumento de la auténtica libertad: es economicista, centralista, burocrática y apasionada por la tecnología. Y, así es como la Derecha» ha pasado a disfrutar la tradición libertaria norteamericana, en nombre de la propiedad, de un mítico laissez-faire que ha dejado el campo libre al desarrollo de las grandes empresas y de una representación de la guerra fría» que ha llevado las tropas y las armas norteamericanas a casi todos los países occidentales y del Tercer Mundo. Si los anarquistas norteamericanos no logran limpiar esta tradición libertaria de sus escorias de propiedad y reaccionarias, el pueblo de los Estados Unidos será fácil presa de los totalitarismos que se camuflan con los ropajes de una historia revolucionaria que ha inspirado algo la lucha de emancipación popular en todo el mundo.

Conozco muy bien todos los argumentos que se pueden señalar contra la perspectiva que hasta aquí he señalado. Sé que los norteamericanos están divididos por intereses de clase, por la riqueza y por diferencias étnicas y sexuales, por conflictos regionales. ¿Cómo es entonces posible que un ideal de resistencia comunitaria y municipal ante la centralización estatal logre superar todas esas divisiones? ¿Y cómo y cuánto una municipalidad es cosa distinta al Estado? ¿No se ha visto ya con Paul Brousse el fracaso, como proyecto anárquico, del municipalismo?

Existen muchas respuestas a esas demandas, que exigirían un artículo sólo para ellas. Por ahora basta con esto: la tecnología cibernética amenaza con crear un nivelador social para todos los estratos de la sociedad norteamericana, tanto para la clase media como para la clase obrera, los blancos como los negros, los técnicos y los profesionales tradicionales como los peones y los agregados a las cadenas de montaje. Lo que viene remodelándose a partir de la tradicional estructura de clases del capitalismo industrial es un pueblo, no un proletariado.

Por otro lado vienen surgiendo inquietudes y valores populares que con frecuencia superan los intereses materiales: la libertad de la mujer, los derechos de los negros, la problemática ambiental… Esos valores emergentes y estas inquietudes emergentes con frecuencia marginan diferencias de intereses materiales que hacen del térrnino pueblo» una amable caricatura de los ideales democráticos radicales. Por otra parte, el nacionalismo ha demostrado poseer entre la masa una fuerza siempre superior a la solidaridad de clase, y este hecho, por sí solo, desrniente el mito marxista de que la gente se mueve tan sólo por sus intereses materiales: si fuera verdad, hace tiempo habría triunfado el socialismo. Que la ideología sea capaz de impulsar a los humanos a otros confines por su propio instinto de sobrevivencia es un hecho de tal suerte demostrado (aun cuando, por contra, se piense por ejemplo en las guerras religiosas que tuvieron lugar en el Medievo y la Reforma) que no se puede ignorar su fuerza en cuanto tal. Como anarquistas hemos subrayado siempre la exigencia que la nueva sociedad tiene de acabar con la vieja y desde el siglo pasado, hemos heredado una dote» de la burguesía: la fábrica, como clave destinada a abrir la puerta a una nueva y libre sociedad. Pero, como he dicho, me parece que esa tentativa no tiene ya hoy ningún sentido. Más bien, por una de las ironías de la historia pudiera darse que la llave siempre haya sido en forma ideológica; la dimensión libertaria de la tradición democrática que se opone ahora a la marcha del capitalismo cibernético hacia la realización de sus fines históricos.

De todos modos, lo que se olvida demasiado fácilmente es que los desastres producto de la ideología son propiamente la prueba de su latente éxito, igual como la capacidad humana de anular la vida es la prueba de su capacidad de hacer del mudno un paraíso. No son los males de las ideologías lo que debemos evidenciar frente a un mundo ya de por sí escéptico y secular, sino el tipo de ideología que lo puede salvar de su egoísmo y de su economicismo. En esa dimensión moral, el anarquismo representa la única ideología capaz de llevar a la humanidad más allá de sus angustiosas necesidades biológicas, hacia un espacio de libertad que es un fin en sí, en la aventura humana.

Murray Bookchin.

Bakunin. Crítica y Acción [Libro]

Bakunin

El siguiente libro presentado en formato PDF es una compilación de textos de Bakunin presentados por Frank Mintz. Pero además de la presentación de textos inéditos en español hasta el momento de la publicación del libro, Frank presenta un análisis personal sobre algunos aspectos de la obra de Bakunin, y una “conversación” de Gregori Maximov con Bakunin.

El libro además presenta una biografía de Mijail Bakunin.

Esta obra fue editada en el año 2006 por la editorial Utopía Libertaria, el prologo es de Red Libertaria (Argentina).

Descargar Libro [PDF]

Ajustes criminales, capítulo 5, crímenes económicos de estado.

Ajustes criminales, capítulo 5, crímenes económicos de estado.

Enviado por ASSI en Lun, 01/09/2012 – 16:56

AJUSTES CRIMINALES / CAPÍTULO 5 / enero de 2012.
CRÍMENES ECONÓMICOS DE ESTADO.

En agosto de 2011 llegó el anuncio que todos esperábamos después de la carta de Trichet y las ínfulas absolutistas del monstruo Merkozy: la aristocracia política del Reino de España reformó la inmaculada Constitución para secuestrar al país a golpe de doctrina neoliberal. El parlamento español se propinó un auto-golpe de estado (el techo de gasto) ordenado por los mismos sicarios que más tarde visitaron Grecia y, justo después, Italia. No íbamos a esperar que los golpistas europeos del siglo XXI se parecieran a Pinochet… ni falta que les hace.
Nuevo presidente, viejas mentiras y ministro de Lehman Brothers.

Como el primer ataque del PSOE no era suficiente, ahora llega el del PP. La primera dosis ya ha sido inoculada y seguimos igual. Más ajustes con resultados terroríficos para las próximas décadas… y seguimos igual. Los mismos Goldman Sachs y JP Morgan lo reconocen al admitir, después de elogiar las medidas adoptadas, que la economía española volverá a contraerse y que la cifra de desempleo para finales de 2012 estará en torno al 27%.

Lo vimos en el discurso de investidura de Rajoy, donde se sentaron las bases de los próximos planes de ajuste estructural: el terrorismo económico y propagandístico de estado no sabe lo que es una tregua. Sin rubor ni vergüenza, Rajoy adelantó en la sede de la soberanía popular del Reino algunos detalles del robo que pretende perpetrar en nuestras narices durante los próximos cuatro años para seguir cebando, cómo no, a banqueros y empresarios.

Con un soniquete casposo, las medidas parecían recitadas directamente por el capital financiero y la clase empresarial. En materia económica, laboral, de protección social, energética, educativa… su discurso fue un “corta-pega” de lo que llevamos años leyendo en los informes del Fondo Monetario Internacional, en las advertencias de las calificadoras o en los documentos de lobbies neoliberales como FEDEA. Todo ello con un barniz de roña feudal que dejó plenamente satisfecho a Arturo Fernández (Vicepresidente de la CEOE, franquista de vocación y capataz con látigo de profesión), según sus propias palabras. Como cabía esperar.

Rajoy ha señalado al control del déficit público como objetivo prioritario de la legislatura, un clásico principio de la ortodoxia neoliberal que es muy fácil de entender (y más si lo combinamos con las exenciones fiscales a los beneficios empresariales): vía libre al saqueo legal. Sin poder incurrir en déficit, sin política de recaudación justa de ingresos, sin una institución pública bancaria que dé acceso al dinero… todos los ámbitos de lo común, de lo público, los derechos fundamentales, se dejan a merced de los intereses privados.

No está de más recordar la “recomendación” del travieso Strauss Kahn: “lo que necesita España es una ambiciosa aplicación de la Directiva de Comercialización de Servicios”. O sea, recurrir a lo privado como única opción para la inversión pública y para la garantía de los derechos esenciales, aplicando directamente la directiva de comercialización de servicios emanada desde la Organización Mundial del Comercio y que pretende incrustar la competencia privada en todos los sectores que faltan.

La prioridad de cumplir el techo de gasto (“ajuste del déficit” o “consolidación fiscal”) se debe, según dicen, a la necesidad de regresar a la sacralizada senda del “crecimiento económico”, como si esa senda nos llevara a alguna parte. Siguen explotando la misma mentira porque los súbditos seguimos tragando, cuando lleva décadas demostrándose que ese crecimiento es para unos muy pocos y, lo más importante, que sólo se consigue a costa del empobrecimiento de todos los demás. No es ficción, lo seguimos viendo con el recién aprobado plan de ajuste y lo veremos con los que vendrán.

Otra idea que legitima el objetivo capitalista del crecimiento es la “creación de empleo”. Ambas ideas marcaban cada uno de los sacrificios desgranados por Rajoy. Ambas mentiras (omnipresentes en la lista de “sacrificios” del presidente del gobierno postizo y portavoz del verdadero gobierno) componen el eje continuista de su gobierno ultraliberal. En el parlamento español, la mano derecha sabe muy bien lo que hace la izquierda –y viceversa, en armonía perfecta, cómplices del mismo crimen.

Qué palabras más sinceras las de Soraya Sáez de Santamaría en la rueda de prensa posterior: “estamos en el inicio del inicio”. El 30 de diciembre se acordó un ajuste presupuestario de 15.000 millones1 , pero el compromiso expreso de Rajoy con la UE comenzó con un ajuste de 16.500 millones para finales de 2012. Un mes de después, la cifra se corrige: ¡38.000 millones!, y todo eso sin contar el incremento brutal del pago por intereses de la deuda (cantidad no incluida en los presupuestos prorrogados hasta marzo) derivada de los ataques de especuladores y/o banqueros, esos delincuentes a los que llaman “mercados”.

Pero en la vida no todo es ahorrar. Será por eso que el gobierno recorta por un lado pero despilfarra por el otro. La nueva Contrarreforma Laboral que se está cocinando tiene una previsión de coste (según datos del PSOE, que lo sabe muy bien porque la suya costó más de 6.000) de 10.000 millones, que van directamente a los bolsillos del poder empresarial en forma de bonificiaciones, exenciones o deducciones.

Y de propina, una medida no anunciada pero sí aprobada: poner a disposición de la banca española 100.000 millones en avales para la compra de esos activos que, después del pinchazo de la burbuja, no valen nada.

Sorayita tiene razón: el primer ajuste de 15.000 millones es sólo un aviso. Entramos en la recta final del régimen de acumulación por desposesión. Por cada uno que acumula, miles se hunden en la miseria. ¿Cómo se llama esto? ¿Robo? ¿Desarrollo sostenible?
Lo que más asco da es el barniz de justicia social, la explosión de populismo con que se escenificó el anuncio de los ajustes estructurales que acababa de aprobar el gobierno:
Pensiones.

La subida de las pensiones anunciada por Rajoy es la mentira más flagrante: una subida de 1%, sí (aplausos en el hemiciclo), pero si le añadimos la subida de impuestos del 0,75% y otros compromisos, el recorte real en los ingresos futuros de la mayoría de pensionistas es histórico:

Acercar la edad real de jubilación a la edad legal. Es decir: eliminar jubilaciones anticipadas y prejubilaciones bajo diferentes fórmulas (salvo mínimas excepciones como la minería, cabría esperar). Quienes llevan toda la vida en trabajos manuales de diversa dureza física saben muy bien que esto asegura una muerte prematura.
Incentivar la “prolongación voluntaria de la vida laboral”. Voluntad sometida a presión, eso sí, pues la rebaja (ya aprobada) del 28% del poder adquisitivo de la pensión hace casi imposible alcanzar la máxima base reguladora (y esto también es sólo el inicio).
Compatibilizar el cobro parcial de la pensión con la continuidad en el mercado laboral. Algo también muy “voluntario” si se vive y trabaja en condiciones miserables.
Y lo más grave: proporcionalidad de la pensión a toda la vida laboral. Las implicaciones son brutales sólo con pensar en el nivel generalizado de precariedad laboral.

Recorte a subvenciones.

Quizá quienes acusaban a los partidos políticos y los sindicatos amarillos se hayan quedado satisfechos con la medida de “reducir un 20% las subvenciones a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales”. ¿Mariano haciendo un guiño al 15M? Comparemos esta medida con los datos globales de recorte admitidos por el propio gobierno (15.000 millones ahora y más de 38.000 hasta finales de 2012):

Menos subvenciones a partidos políticos: 30 millones
Menos subvenciones a organizaciones empresariales y sindicatos: 55 millones.

Comparados con los 10.000 millones que van a beneficiar al sector empresarial, no parece mucha cosa. Tampoco es mucho para los sindicatos, con ingentes entradas de dinero por el negocio de la formación y su papel de instrumento del poder. Ahí va un ejemplo escandaloso, con fecha de 2004: Citibank reconoce en un juzgado de Madrid el pago de más de 650.000 euros a los sindicatos CCOO, UGT y FITC por “el esfuerzo que realizaron” durante las negociaciones de cuatro acuerdos laborales (publicado en prensa).
Canon digital.

Aquí llega otra de las maravillas anunciadas por Mariano, el “héroe del pueblo”: impuestos progresivos, gravamen a las rentas de capital… ¿quién iba a decirnos que era verdad eso de “Partido Popular, el partido de los trabajadores”?

Ah, no, que también es mentira. Es cierto que estos impuestos temporales mantienen cierta progresividad, pero más cierto es que los tramos de renta acotados vuelven a ser menores, no los de los grandes (enormes) capitales. Ésa sigue siendo la madre de todas las estafas: la ridícula recaudación que se plantea obtener de las mil-millonarias cuentas de beneficios de unas cuantas mega empresas. Con esta medida-trampa se pretende sacar 4.111 millones del IRPF y 0 (sí, cero) del gravamen a beneficios empresariales. Recordemos además, que las rentas que no pueden defraudar en el IRPF son las del trabajo, pues se realizan a través de la nómina. Otra cosa son los instrumentos y mecanismos de evasión de quienes obtienen ingresos de la actividad como empresarios o los de las propias rentas de capital.

Pese a la cacareada “progresividad”, los dos últimos tramos considerados reciben una subida del 6% para los ingresos entre 175.000 y 300.000 €/año y una subida del 7% para los superiores a 300.000 €/año. Sirva de ejemplo la siguiente barbaridad: no, no vamos a hablar de Emilio Botín (presidente del grupo Santander) y sus ingresos (cuantificados en 3,8 millones) en 2010. Quedémonos con su consejero delegado, Alfredo Sáez “el indultado por el gobierno” (de una condena a tres meses de arresto e inhabilitación temporal), que declaró 10,2 millones de ingresos en el “mal año” de 2009.

Y el colmo: el último tramo considerado, el de ingresos provenientes de rentas de capital (también llamadas “rentas del ahorro”: rendimientos de productos financieros, beneficios obtenidos por venta de bienes…), es de 24.000 €.

Adivinad quién queda a salvo de una auténtica subida de impuestos: los mismos que dan orden al gobierno de recortar la vida al resto.

Adivinad quién no “huele” el 40% del total de la riqueza real producida por el trabajo en el Estado Español: pues claro, trabajadores y trabajadoras, parados y paradas, pobres o futuros y futuras pobres, sin techo, sin derechos, sin nada. Ese 40% no les reporta ningún tipo de beneficio, ni social (el gasto social es en torno al 20%) ni salarial (los salarios suponen en el Estado español en torno al 30%).

Así queda claro hacia dónde se redistribuye. De la riqueza producida en el país fruto del trabajo de la gente, el 40% (por lo menos) se destina única y exclusivamente a acumulación. ¿Crisis fiscal? ¿Recortes? Dinero hay, ¡de sobra!, el problema es en qué manos acaba.

Pero podemos seguir haciendo cuentas, no os creáis.

Fruto de la subida de impuestos se va a recaudar

4.111 millones de €, provenientes de las rentas del trabajo
1.246 millones de €, provenientes de las rentas del ahorro (toma ya), mientras las medidas para resucitar el negocio inmobiliario significan
Perder 6.000 millones (según datos disponibles de 2008) que no se van a recaudar a causa de la reintroducción de la deducción de compra por vivienda. Nótese además que esta medida es regresiva: paga menos a quien más tiene porque sólo las rentas más altas pueden acceder a la máxima deducción permitida.
Perder 12.000 millones (datos de 2011) que no se van a recaudar por mantener el IVA súper-reducido en la compra de vivienda.
Perder el programa de ayudas al alquiler, cuya extinción también ha sido acordada.

Así es como nuestros gobiernos luchan por el derecho constitucional a una vivienda digna.

Además, la subida “proporcional” del IBI (impuesto de bienes inmuebles) se ejecuta a nivel municipal y su zonificación generará desigualdad en las medias que marcarán la subida del impuesto, porque el valor medio del patrimonio no es igual en un pueblo de Albacete que en La Moraleja, por ejemplo. Otra falacia.

Y otra más: en la rueda de prensa del Consejo de Ministros del 5 de junio, el último “paquete” de medidas traía buenas nuevas… ¡el Gobierno va a emprender la lucha contra el fraude fiscal y, de ese modo, nuestro héroe Mariano rescatará 8.171,7 millones de la economía sumergida!

Una gran noticia, si no fuera porque el año pasado se recaudaron 10.400 millones y, sobre todo, porque el fraude fiscal alcanza en el Estado Español, según diversos informes, entre el 20% y el 25% de la riqueza total producida. Es decir: de 200.000 a 250.000 millones. La gran noticia consiste en que el gobierno va a conseguir birlar a los “tramposos” el 1% de lo que esconden. Y lo peor es que, cuando el gobierno habla de “tramposos”, a menudo se oculta a los ladrones millonarios para señalar con el dedo a quien cobra un subsidio de miseria y necesita trabajar sin contrato, a quien carga discos copiados en una manta… y demás chivos expiatorios. Admiren la siguiente lindeza:
Congelación ayudas asistenciales.

Se congela el IPREM (índice para calcular el umbral de los ingresos asistenciales, fijado sobre 500 euros) y, con él, todas las “ayudas” asistenciales y otras limosnas (400 €/mes para parados sin desempleo y otras limosnas a la vivienda, a asistencia jurídica, becas…).

Qué bonito. Se anuncia una división entre grupos de “miserables semiesclavos” y “miserables sin empleo”, ambos en aumento. Como a Aznar le gustaba decir “quien no trabaja es porque no quiere”, pronto Mariano podrá cantar “quien no respira es porque no quiere”. Como Zapatero anunciaba la entrada de España en la “Champions League” de la economía, pronto podremos celebrar nuestro hundimiento en el pozo del subdesarrollo europeo (el social, porque el económico es el último grito del desarrollo criminal).
Ataque al sector público.

A falta de lo que está por llegar (véase Grecia, Portugal o Italia), los actuales acuerdos incluyen una congelación salarial para todos los trabajadores públicos (y ya llevan entre el 13% y el 20% de pérdida de poder adquisitivo), la ampliación de la jornada laboral en la administración pública y un 0% en la tasa de reposición de empleo público (servicios sociales, administración, justicia, servicios especiales como bomberos…). Eso sí, los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado no entran en esta medida. Además, según parece, por cada 10 jubilaciones del personal sanitario y docente se repondrán… ¡se repondrá! ¡1 puesto de trabajo!

Los principales recortes en las partidas presupuestarias (publicado en prensa) son:
• Asuntos Exteriores y de Cooperación – 65,7% – 1.016 millones.
• Relaciones financieras con entes territoriales, 56% – 1.040 millones.
• Industria, Energía y Turismo, 52,9% – 1.091 millones.
• Economía y Competitividad, 39,3% – 1.083 millones.
• Fondos de Compensación interterritorial, 28,2% – 302,79 millones.
• Fomento, 26% – 1.600 millones.
• Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 15,6% – 409,1 millones.
• Agricultura, Alimentación y M. Ambiente, 15,6% – 401,51 millones.
• Hacienda y Administraciones Públicas, 15,1% – 442,76 millones.
• Educación, Cultura y Deporte, 13,1% – 485,9 millones.
• Defensa, 4,9% – 340,1 millones.
• Presidencia, 4,4% – 19,59 millones.
• Justicia, 2,9% – 48,82% millones.
• Interior, 2,1% – 163,05 millones.
• Cortes Generales, 2% – 4,33 millones.
• Casa del Rey, 2% – 0,17 millones.
• Empleo y Seguridad Social, 1,9% – 439,05 millones.
• Diversos ministerios, 0,6% – 13,34 millones.
Privatizaciones masivas y control de las Comunidades Autónomas.

En la segunda ola de medidas, la agresión ha sido mucho más furtiva. Ni bombo ni platillo: el pasado jueves 5 de enero, la vicepresidenta del gobierno anunció la eliminación de 450 empresas, la mayoría dependientes de las comunidades autónomas. Ni una palabra sobre el “ahorro” que eso nos va a suponer. ¿O será que lo importante es privatizarlas para que el negocio sea exclusivamente privado? Pues claro. Si alguien todavía se cree eso de que “lo privado es más barato que lo público”, será porque acaba de aterrizar en este planeta.

Pero la estocada final fue directamente dirigida de arriba hacia abajo: el Gobierno controlará las cuentas a las autonomías, según anunció el ministro de Lehman Brothers en una entrevista al Financial Times. El padre (la UE) impone este control a los estados miembros si no éstos cumplen con las imposiciones económicas, y los estados reproducen esa imposición con sus hermanos pequeños. No es casual que los ataques se empiecen a centrarse en las CC.AA.

La estrategia la tienen meditada desde hace tiempo y nos la han venido anunciando sin cesar. “¡Consolidación fiscal!”, cantaba el FMI en sus misiones por el Estado español desde el año pasado. Y la intervención de la UE en la economía española (una semana antes) se pagó con la inclusión de esa regla de oro en la Constitución: legalizando el techo de gasto y asumiendo el objetivo de déficit cero. Si se lee “consolidación fiscal”, por favor entiéndase “alevoso e impune vaciamiento del fisco”. Los ataques se han centrado en presionar a las CC.AA, que (¡casualidad!) gastan en torno al 50% de sus presupuestos en educación y salud. ¿Un “gobierno central responsable” parando los pies a unas “autonomías derrochadoras”? Sí han derrochado, pero no precisamente en servicios públicos sino tirando miles de millones a la basura, forzando privatizaciones o bajo el hormigón de proyectos absurdos y mastodónticos al estilo valenciano o aragonés –por citar dos entre tantos.

Lo importante, en resumen, es que detrás del “déficit cero” hay un negocio (más virgen en salud que en educación) del que sacar buena tajada. La semilla de este disparate está, como decíamos al principio, en la Directiva de Comercialización de Servicios: a fomentar la competencia privada de todos aquellos sectores y subsectores susceptibles de funcionar a través del libre mercado (sanidad, educación, pensiones, infraestructuras… TODO).

Esta gentuza ha cerrado un trato: vender al capital privado el dominio absoluto sobre nuestra vida y nuestra muerte, como ya hizo en tantas otras partes del mundo.

La deuda y el déficit han centrado las exigencias de Merkel, del Banco de España, del FMI, de los “mercados”… mientras las agencias calificadoras exigen el control del déficit de las CCA.A y amenazan con desatar nuevas crisis de deuda en un eterno círculo vicioso: más deuda, más pago por la deuda, más regalo a los bancos, más déficit, más descapitalización del estado, más vaciamiento de su sistema fiscal, más deuda, más déficit…

Si las CC.AA no pueden gastar, ¿cómo van a prestar los servicios esenciales a la ciudadanía? Pues la solución que se plantea es un tipo de contratación pública aprobada en consejo de ministros en 2005: la “Colaboración Público Privada Institucionalizada”, una fórmula joven en España pero de larga tradición en los países anglosajones (según la Fundación de la Construcción del Reino Unido, los beneficios para los accionistas de sus empresas se han duplicado desde que utilizan este tipo de contrato). Se busca una empresa que invierta, dirija la ejecución del proyecto y gestione el servicio de forma integral, cobrando por la explotación y recibiendo un canon anual de la administración por período de 20 a 40 años según el tipo de servicio. Y para rizar el rizo, la propia administración asume los riesgos por si algo saliera mal en cualquiera de las fases. Como decimos por aquí, “no tiene pérdida”: la empresa gana todo, la administración paga todo. De remate, el coste de la obra, la gestión y la deuda que la administración paga a la empresa privada no se incluyen en el cómputo de déficit ni de la deuda pública. Eso último lo ha declarado EUROSTAT, el instituto europeo de estadística (y artes mágicas) que anuncia si los países cumplen los criterios de deuda y déficit del Pacto de Estabilidad y del Tratado de Maastricht.

Muchas CCAA compiten ya entre sí y con el estado central para captar financiación y construir escuelas (de pago), hospitales (de pago), carreteras (de pago) y otros muchos servicios (de pago) bajo esta fórmula refinada de privatización de beneficios y socialización de pérdidas.

Esta es la escena de un crimen en proceso. A la obsesión por el control del déficit se suma la bajada de impuestos y el aumento de incentivos a las empresas, y las cotizaciones sociales son cada día más bajas: el ajuste al techo de gasto provendrá del recorte en gasto público. Así ocurrió en Grecia, con recortes en empleo público y gasto social del 20%.

Y el gobierno saliente se despide gastando 1.000 millones en material antidisturbios (en BOE, 31 diciembre 2011).
“Para todo lo demás”… a privatizar.

Conclusión: NOS HAN DECLARADO LA GUERRA.

Han declarado una guerra a quienes lleven décadas trabajando, a quienes se endeudaron, a quienes perdieron el trabajo, a quienes encuentren un empleo miserable, a quienes el empleo no les saque de la pobreza, a quienes la vida les cueste más de lo que tienen, a quienes tengan que vender su vida, a quienes vivan de ayudas miserables, a quienes perdieron su casa, a quienes ocupen los cajeros automáticos, a quienes no coman tres veces al día, a quienes no coman dos veces al día, a quienes apenas comen, a quienes en toda su vida no llegarían a robar una millonésima parte de lo que los dueños de Europa han robado a sus pueblos durante los últimos años… a la chusma, a quienes sobran porque el “mercado soberano” ya les robó todo, porque la “privatización de todo” les invita a suicidarse, porque dan asco a la “gente de bien”, porque dan miedo a la “gente normal”, porque son una mancha muy fea en la foto trucada del “mundo desarrollado”. Porque son la mejor muestra del “triunfo” del capitalismo. Porque pronto podríamos ser nosotros y nosotras, los “aún incluidos”, y no nos gusta pensarlo.

Una antisistema militante y furibunda, valgan ambas redundancias.
ASSI – Acción Social y Sindical Internacionalista. Zaragoza.
www.assi-assi.org

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1- El robo total asciende a 15.000 millones de euros: 8.900 se roban directamente con el recorte al gasto público y los otros 6.100, a través de la recaudación.

Origen y características del Estado.

 

 

A los compañeros de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Locle y en la Chaux-de Fonds.

(Ginebra, 28 de abril de 1869).

(Cuarta Carta)

Uno de los mayores servicios prestado por el utilitarismo burgués, como lo dije, es haber matado la religión del Estado, el patriotismo.

El patriotismo, como ya se sabe, es una virtud antigua nacida en medio de las repúblicas griega y romana, donde no hubo nunca otra religión real sino la del Estado, otro objeto de culto sino el Estado.

¿Qué es el Estado? Es, les responden a ustedes los metafísicos y los doctores en derecho, la cosa pública: los intereses, el bien colectivo y el derecho de todo el mundo, opuestos a la acción disolvente de los intereses y de las pasiones egoístas de cada uno. Es la justicia y la realización de la moral y de la virtud en la tierra. Por consiguiente, no hay acto más sublime ni mayor deber pour los individuos, que entregarse, sacrificarse, y, de ser necesario, morir por el triunfo, por la potencia del Estado.

He aquí en pocas palabras toda la teología del Estado. Veamos ahora si esta teología política, así como la teología religiosa, no oculta más allá de las muy hermosas y muy poéticas apariencias, unas realidades muy ordinarias y muy sucias.

Analicemos primero la idea misma del Estado, tal como nos la representan sus seguidores. Es el sacrificio de la libertad natural y de los intereses de cada uno, tanto los individuos como las unidades colectivas, comparativamente pequeñas: asociaciones, comunas y provincias, a los intereses y a la libertad de todo el mundo, a la prosperidad del gran conjunto. Pero todo este mundo, este gran conjunto, ¿qué es en realidad? Es la aglomeración de todos los individuos y de todas las colectividades humanas más restringidas que lo componen. Pero puesto que para componerlo y para coordinarlo, todos los intereses individuales y locales deben ser sacrificados, el todo, que supuestamente los representa, ¿qué es de hecho? No es el conjunto viviente, que deja respirar cómodamente a cada uno y que se va haciendo cuanto más fecundo, más poderoso y más libre que más ampliamente se desarrolla en su seno la plena libertad y la prosperidad de cada uno; no es la sociedad humana natura, que confirma y aumenta la vida de cada uno con la vida de todos. Al contrario, la inmolación de cada individuo como de todas los asociaciones locales, la abstracción destructiva de la sociedad viviente, la limitación, o para decirlo mejor la completa negación de la vida y del derecho de todas las partes que componen todo el mundo, por el supuesto bien de todo el mundo: es el Estado, es el altar de la religión política sobre el que la sociedad natural siempre queda inmolada: una universalidad devoradora, que vive de sacrificios humanos, como la Iglesia. El Estado, lo repito otra vez, es el hermano menor de la Iglesia.

Parar demostrar esta identidad de la Iglesia y del Estado, le ruego al lector que tenga a bien constatar este hecho, que la primera como el segundo se fundan esencialmente en la idea del sacrificio de la vida y del derecho natural, y que parten igualmente del mismo principio: el de la maldad natural de los hombres, que únicamente puede ser vencido, de acuerdo a la Iglesia, por la gracia divina y por la muerte del hombre natural en Dios, y de acuerdo al Estado, por la ley, y por la inmolación del individuo en el altar del Estado. Ambos tienden a transformar al hombre, una en un santo, el otro en un ciudadano. Pero el hombre natural debe morir, porque su condena es unánimemente pronunciada por la religión de la Iglesia y por la del Estado.

Tal es en su pureza ideal la teoría idéntica de la Iglesia y del Estado. Es una pura abstracción; pero toda abstracción histórica supone hechos históricos. Estos hechos, como lo dije en mi precedente artículo, son de una índole muy real, muy brutal: es la violencia, el despojo, la supeditación, la esclavización, la conquista. El hombre está formado de tal manera, que no se conforma con hacer, necesita además explicarse y legitimar, ante su propia consciencia y a los ojos de toda la gente, lo que hizo. La religión apareció como para bendecir los hechos cumplidos, y, gracias a esta bendición, el hecho inicuo y brutal se convirtió en derecho. La ciencia jurídica y el derecho político, como se sabe, se originan primero en la teología; y más tarde en la metafísica, que no es otra cosa que una teología enmascarada, una teología que tiene la pretensión ridícula de no ser absurda, y se esforzó en vano en darles el carácter de la ciencia.

Veamos ahora qué papel esta abstracción del Estado, paralela a esta abstracción histórico que se llama la Iglesia, jugó y sigue jugando en la vida real, en la sociedad humana.

El Estado, dije, por su mismo principio, es un inmenso cementerio adonde vienen a sacrificarse, morir, enterrarse todas las manifestaciones de la vida individual y local, todos los intereses de las partes cuyo conjunto constituye precisamente la sociedad. Es el altar en que la libertad real y el bienestar de los pueblos están inmolados por la grandeza política; y cuanto más completa es esta inmolación, más hecho está el Estado. Concluyo de esto, y es mi convicción, que el imperio de Rusia, es el Estado por excelencia, el Estado sin retórica y sin frases, el Estado más perfecto en Europa. Todos los Estados, al contrario, en que los pueblos pueden aún respirar, son, desde el punto de vista del ideal, Estados incompletos, como todas las otras Iglesias, en comparación con la Iglesia católica romana, son Iglesias inacabadas.

El Estado es una abstracción devoradora de la vida popular, dije; pero para que una abstracción pueda nacer, desarrollarse y seguir existiendo en el mundo real, es necesario que haya un cuerpo colectivo real que esté interesado en su existencia. No puede ser la gran masa popular, dado que ella es precisamente la víctima: debe ser un cuerpo privilegiado, el cuerpo sacerdotal del Estado, la clase gobernante y poseedora, la que representa en el Estado lo que la clase sacerdotal de la religión, los sacerdotes, son en la Iglesia.

Y en efecto, ¿qué vemos en toda la historia? El Estado ha sido siempre el patrimonio de alguna clase privilegiada: clase sacerdotal, clase nobiliaria, clase burguesa; clase burocrática al fin, cuando, agotadas todas las otras clases, el Estado cae o se levanta de nuevo, como se quiere, hasta la condición de máquina; pero es absolutamente necesario por la salvación del Estado que haya alguna clase privilegiada que se interese en su existencia. Y es precisamente el interés solidario de dicha clase privilegiada que se llama el patriotismo.

M. Bakunin.
 
 

LA ANARQUIA AL ALCANCE DE TODXS.

Capitulo I

En la serie de capítulos que este inaugura nos proponemos explicar, con frase corriente y concepto claro, el funcionamiento de una sociedad sin gobernantes ni propietarios.
Consideramos necesario, ya que no ha llegado el momento, porque estos momentos llegan siempre, de reconstituir y exponer el pensamiento libertario en su oposición a la actual manera de vida y en su razón y bondad.

Y para ser más comprensivos, particularmente para aquellas personas que por primera vez lean una exposición de nuestros principios, los iremos exponiendo de lo simple a lo compuesto, usando, siempre, un lenguaje que este al alcance de toda condición de lectores.

Primero pondremos de manifiesto los defectos y las injusticias de la sociedad presente y luego levantaremos ante quien nos oyera una visión de la sociedad por nosotros vislumbrada para que si tanto fuere nuestro acierto y nuestra influencia, sirviese de tanteo en estos albores de la revolución social.

Cualquiera que sea el concepto que sobre la idealidad anarquista tenga el lector, el que la va a exponer le ruega que no deje de leerla con buena voluntad y que si luego de leída le quedare alguna duda sobre su practica o su justicia, la exponga en una cuartilla prometiéndole que le será publicada y desvanecida además.

¿ Que es la anarquía? Adelantaremos que es el mas bello y mejor pensamiento que han tenido todas las criaturas, solo en el anarquismo es posible y cuantas dificultades ha tenido, en la practica, la mejor y mas bella intención de nuestra vida, han surgido de una sociedad antianarquista; esto es, de una sociedad constituida sobre la preocupación religiosa, la tiranía política y la desigualdad económica.

Es una falta de medios materiales o de sobra de autoridad o de temores divinos lo que se ha opuesto a la realización de nuestras bellas y buenas intenciones.

Pero no basta decir que anarquía es una sociedad sin gobierno, precisa demostrar que tal sociedad es posible. Yo quisiera que cuantos me leen pensaran en que asunto de su vida ha intervenido el gobierno, por si o por delegación, que haya resultado en bien suyo o de algunas de sus relaciones.

Yo quisiera se me demostrase cuando ha intervenido la autoridad para imponer justicia donde no la hubiere.

Yo quisiera que mis lectores recorrieran con la imaginación, los actos y los momentos de su vida y me dijeran cuando el temor a la autoridad les ha obligado a cumplir con su deber o bien realizar un acto que hayan estimado justo.

La conclusión será que el temor a la autoridad o a la intervención del gobierno en los actos de nuestra vida, no la ha mejorado moralmente.

Ahora, recuerda, lector, tu existencia a la inversa, piensa en las malas intenciones que la conducta de los gobernantes han hecho brota de tu cerebro; piensa en las malas acciones que las injusticias de la justicia te obligaron a realizar, y te convencerás de que la intervención del gobierno, con todos sus resortes, ha influido para mal y no para bien en tu vida.

¿ A que, pues, sostener una organización autoritaria que no tiene, en nuestros actos, ninguna influencia bienhechora?.

Supongamos que de repente han desaparecido del mundo los gobiernos y autoridades. ¿Creéis que en la humanidad caería en el caos del crimen y del desorden? No, porque los gobiernos y sus auxiliares, no solo no impiden los crímenes y los desordenes, sino que ellos derivan de ese sistema social que hace necesaria la autoridad para sostener la injusticia.

Si mañana se dijera: de aquí en adelante a nadie le faltaran elementos de vida ni albergue; trabajando todo el mundo podrá comer y vestir, pero no se dispondrá de gobierno ni de autoridades que os administren o dirijan. ¿Creéis que no se viviría mejor que ahora? ¿Creéis que se acometerían más crímenes?.

Al contrario, viviríamos tranquilos y seguros, no habiendo quien tuviera la misión de desgobernarnos y perturbarnos.¿ Que falta, pues, harían los gobiernos en una sociedad en la que todos los hombres tuvieran la vida asegurada y el mismo derecho a ella?.

Ninguna.

Analizad, lectores, la causa de los crímenes que hayáis visto o bien oído contar. O se tratara de una injusticia del rico contra el pobre, del fuerte contra el débil, injusticia que la justicia no ha sabido o no ha querido evitar, o es una cuestión de intereses, de diferencias sociales que no habrían de existir en una sociedad igualitaria.

En muchos pueblos no hay más que alcalde y juez municipal, y cuando el juez y el alcalde no se meten a caciquear, para nada útil y bueno se les necesita como tales autoridades. Son precisamente ellos los que perturban la tranquilidad del vecindario estableciendo injustos repartos de recargos públicos y contribuciones que han de servir para sostener un Estado que te pide dinero o hijos y algunas veces hijos y dinero, sin que a cambio de tu sangre, te proporcione ningún beneficio.

De los que acuden a los tribunales para sostener algún derecho puesto en litigio, ¿Cuántos salen satisfechos del pleito? Nadie. El que ha perdido porque no ha ganado, y el que ha ganado porque la llamada justicia se quedo con todo.

Acordaos de los motivos de vuestro malhumor, cuando lo sufrís o de vuestras querellas familiares, cuando las tenéis.

Siempre obedecerán a haber sido despedidos del taller, a falta de dinero con que afrontar una necesidad o curaros algún dolor; al poco cariño que os rodea si tenéis intereses que testar. Es decir, el motivo de vuestros disgustos o de vuestras querellas será siempre de orden económico.

Ya dice un refrán castellano que donde no hay harina todo es mohína. Lo que equivale a decir que donde no existen preocupaciones económicas se puede vivir relativamente feliz.

A los partidarios de la autoridad les ocurre lo que a los católicos. Creen que todo el mundo sustenta su religión y que las demás son obra de media docena de herejes. Tal opina la mayoría católica, a pesar de que el catolicismo es una minoría aun dentro del cristianismo.

Con la autoridad pasa otro tanto. Los partidarios del gobierno creen que el mundo no podría vivir sin autoridades y que los anarquistas somos media docena de locos, cuando no de criminales, como eran, para los gentiles, los primeros cristianos. No obstante, son muchos millones de seres humanos que viven sin gobierno propiamente dicho. Los habitantes del centro de África, los habitantes del centro de la India, los habitantes del centro de la China, los habitantes del centro de América. Es decir, toda la parte del mundo que no esta dominada por gente extraña ni por esta civilización que solo manifiesta sus adelantos en maquinas de guerra y en el modo de robar al prójimo.

Se dirá que en los países que viven las libertades naturales se respeta la autoridad del jefe de familia o del jefe de la tribu, conjunto de familias o conjunto de una muy numerosa. Pero una cosa es la autoridad paternal o pratiarcal que aconseja y dirige amorosamente y otra es la autoridad que reprime, persigue y mata.

Capitulo II

Ya hemos dicho que las diversas opiniones que hacen necesaria la intervención de la autoridad nacen de la diversidad de intereses y de privilegios. Si el interés de uno fuese el de todos, ¿a santo de que la existencia de unas autoridades que te obligaran a servir conveniencias que no fuesen tuyas?.

Mientras el interés de uno fue el de todos, no hubo necesidad de autoridades coercitivas. No la hay aun donde el ganado y la tierra es de la familia o de la tribu. La autoridad nació cuando uno quiso para si lo que necesitaban otros y cuando hubo quien, a cambio de parte de lo robado, hacia leyes, considerandos y sermones, o perseguía, armado, a los despojados sin armas.

Quizá algún lector diga que el que tiene más talento y cultura justo es que ilustre y dirija a los otros.

Cuando la observación es bien intencionada, basta decir, que la inteligencia, como la tierra, cuando se cultiva por igual, por igual produce, sometiéndola, naturalmente, a una producción adecuada a sus condiciones.

Unas tienen sobra de arcilla, otras, sobra de arena, cal o yeso, pero todas se pueden aprovechar y hacer buenas para algún cultivo necesario a la vida.
En las inteligencias ocurre lo propio. Si queremos que todas sirvan para una misma finalidad, naturalmente unas producirán mas que otras, pero si las damos aplicación distinta y apropiada, todas serán igualmente útiles y siendo todas igualmente útiles no hay que hacer distinciones ni otorgar privilegios. Además, es preciso tener en cuenta que la mayoría de los casos la diferencia de talento es obra de la diferencia de cultura y que la diferencia de cultura es un resultado de la diferencia de riqueza.

Lo que equivale a decir que si todos gozáramos de iguales derechos humanos y sociales, la diferencia de talento no seria tanta como ahora, ya que por algo somos de la misma especie, y si esta diferencia de talento tuviera distinta aplicación, la utilidad social seria la misma.

Por otra parte, el que realmente fuese superior, considerado como persona de dotes perfectos por haberse adelantado a los demás en el camino de la evolución general humana, no pediría por ello privilegios y si lo quisiera, el solo hecho de quererlo demostraría que no los merece.

Cuando la observación se hace de mala fe, bien serán decir, con alguna acritud, que no son, precisamente, los más sabios ni los mejores los que gobiernan, sino los que hablan mas extensamente, aunque jamás hayan trabajado ni sepan gobernar su casa.

Muchos opinaran, conmigo, que, verdaderamente, en una sociedad de abundantes elementos de vida no se producirán las discordias que algunas veces hacen necesaria la intervención de las autoridades, pero lo que ellos y no yo encontraran difícil, es la constitución de una sociedad de tan exuberantes elementos de vida que las personas no hayan de querellarse para ponerla fuera de todo riesgo.

Para vencer este segundo temor bastara decir que de cada mil metros cuadrados de tierra cultivable, solo se cultiva, en la actualidad, medio metro, y que cada hectárea de tierra cultivada, únicamente diez metros se cultiva con intensidad. Lo cual supone que un noventa por ciento de la escasa tierra que recibe cultivo, podría producir 20 veces más de lo que produce ahora.

Por otra parte, de cada mil hombres aptos para el trabajo, solo trabajan cuarenta y cinco y de cada cien que creen trabajar, solo cinco lo hacen en labores útiles. Los demás se ocupan en industrias superfluas o mortíferas: productos químicos, joyería, armas, etc..

Si a los que trabajan inultimente y hasta perjudicialmente para si y para los demás, se agregan, militares, curas, curiales, intermediarios, patronos, rentistas, políticos, banqueros, etc. Resultara tan grande la desproporción entre los que trabajan y los que podrían hacerlo, como entre la tierra cultivada y la que podría recibir cultivo.

De manera, que la tierra es susceptible de producir muy cerca de cien mil veces mas de lo que ahora produce con los actuales medios de producción agrícola, que no son muy rápidos, y los hombres cerca de dos mil veces mas.

Y sin embrago, son solo lo que produce hoy la tierra y lo que producen los hombres, habría suficientes medios de vida si no se almacenasen para encarecerlos y no se averiaran por no quererlos vender barato y no se paralizaran ciertas industrias por exceso de producción.

Alguien habrá que diga: Esto esta muy bien, pero se olvida un pequeño detalle, y es que el hombre no trabajaría si no fuese obligado por la fuerza, y, naturalmente, si el hombre trabaja solo porque a ello le obliga la ley económica de la sociedad y las necesidades domesticas, cae por su base la situación sin gobierno y con abundancia de elementos de vida que se preconiza.

Esta duda es muy natural y muy antigua. La pone ya Platón en su Republica cuando dice que sin esclavos no se podría vivir en ella, sin esclavos que trabajasen para los señores e hicieran los menesteres más prosaicos y vulgares. Era el suyo un comunismo de patricios como esta sociedad es solo para los que tienen dinero, como lo es todo comunismo que distingue entre directores y dirigidos.

Tienen también tal duda cuantos actualmente no trabajan por disponer de asalariados, o sea, esclavos, que lo hacen por ellos y la tienen igualmente esos mismos esclavos cuando consideran que cogen las herramientas sin ganas de trabajar y solo por ganar el jornal con que comer el y los suyos.

Dejaremos, para probar nuestra opinión de que el hombre es productor por excelencia, todo argumento científico sobre la ley de la vida y sobre la tendencia de la energía humana a buscar siempre el equilibrio orgánico, y lo dejaremos para atenernos, únicamente, a hechos prácticos y de sentido común, conforme hace presumir el carácter de estos artículos.

La mayoría de los lectores deben haber trabajado casi siempre por cuenta de otro y alguna vez por cuenta propia, y deben haber notado el gusto y el entusiasmo que ponen cuando trabajan para si y el cansancio y el hastío que hay en sus músculos y en su animo cuando lo hacen para otro. En este ultimo caso, las horas son monotomas y pesadas, y cuando trabajan para si transcurren sin que uno se de cuenta.

Como en una sociedad de intereses generales, cada productor, al trabajar para todos, trabajara para si, todos los productores pondrán en su obra las energías y las ilusiones de su vida.

Se dice: Hay gente tan mal avenida con el trabajo que ni aun trabajando para así lo hace a gusto. Si ello fuera cierto existiría el holgazán por excelencia.

Veamos si existe.

Ante todo hemos de hacer notar que el individuo nace con una fuerza determinada que ha heredado de sus padres y que esa fuerza puede aumentar o disminuir según la acción que el medio ejerza sobre su vida.

Así, por ejemplo, cuando nace un individuo nace con una fuerza inicial de cincuenta años, pero esos cincuenta años pueden reducirse a cuarenta según si la sociedad obliga al individuo a realizar un trabajo superior a sus fuerzas, y al contrario, los cincuenta años de vida que llevamos al nacer pueden alargarse a sesenta según el trato que de la sociedad reciba y según el trabajo sano y poco pesado a que las necesidades de la vida nos sometan.

Tenemos, pues, que una sociedad justiciera, que una sociedad de protección y amparo común, en lugar de la presente fomentadora de luchas morales y materiales, no solo aumentaría nuestra fuerza inicial, aumentaría la de nuestros hijos que nacieran en condición de vivir mas que sus padres, así como ahora nacemos en condiciones de vivir menos.

La mayor salud que habrá de darnos una sociedad mejor, producirá mayor fuerza siempre, mayor fuerza hasta llegar al limite que la naturaleza señala para la vida de la raza humana, limite que hoy solo alcanza uno por millón y que mañana, si fuese larga la existencia de la presente sociedad, no alcanzaría mas que un hombre cada dos millones, porque nuestra especie, en la actual civilización, degenera continuamente.

Aquí caería bien una estadística, si las estadísticas no fuesen pesadas, demostrativa de que las vidas mas largas son las que mas han trabajado, las mas activas, pero las que han trabajado mas a gusto en un ambiente de higiene y en una medida de equilibrio en la reposición y en el gasto de energías.

Si gastamos mas fuerza que reponemos, a la postre nos quedaremos sin ella, porque la vida es un caudal que se agota si no se repone, y si ya nacemos con poca, por poca que gastemos se agota pronto.

Pero hay otra cuestión y aquí esta el equilibrio entre la fuerza que uno tiene, la que gasta, y la que repone. Si gastamos menos fuerza que reponemos, esto es, si trabajamos menos de lo que debemos, la vida se pierde también, solo que ahora se pierde por exceso de ella, y antes por defecto.

Lo que prueba que lo mismo se muere por trabajar más de la cuenta que por trabajar menos, y quien dice trabajar dice gastar energías. Esto es, emplear vida, la que uno pueda, en una producción útil, en una producción que al mismo, satisfaga nuestros gustos y nuestras ilusiones.

Capitulo III

Existen aun mas argumentos a favor de que no puede haber holgazanes en una sociedad bien organizada y de que en ella todo el mundo desearía trabajar y contribuir al bien general que fuere el suyo propio.

Porque en esto pasa lo que con las epidemias, que las incuban los pobres por falta de asistencia natural y social, pero luego las padecen los ricos por contagio. La salud de uno ha de ser la salud de todos, porque de otro modo nadie tiene la vida asegurada. La felicidad de uno ha de ser la de todos, porque en caso contrario nadie puede ser feliz, ya que la infelicidad de los demás es una amenaza para todos, por ricos que seamos.

Aquello que vulgarmente se dice, aplicado a quien nunca tuvo ganas de trabajar: “ Este nació cansado “, puede ser verdad. Nació cansado, sus padres le trajeron al mundo pobre de energías y si sobre esa pobreza de fuerza le damos una ocupación que no responda a sus condiciones, el trabajo, para ese infeliz, será un martirio.

Hoy ha de ser, necesariamente, una maldición. El capitalismo lo ha especializado todo para producir mucho en poco tiempo. El trabajo es monótono, igual siempre. Te pasas al dia, la vida entera, haciendo lo mismo. ¿Cómo no ha de aburrir el trabajo en la actual sociedad, si hasta comer siempre la misma cosa por buena que sea y por mucho que nos guste, nos cansa?.

Por otra parte: ¿Cómo se eligen hoy las carreras, las profesiones y los oficios? Los pobres, antes de dárselo a sus hijos, pasan revista a los que ofrecen mayor jornal y trabajo más tiempo. Los ricos tienen en cuenta las carreras de mas lucimiento personal, y la clase media calcula la que cuesta menos para poderla sufragar. Las condiciones del joven no se estudian y allá va uno para carpintero, que mejor estaría en metalurgia, y allá va otro para ingeniero agromono, que mejor estaría en medicina.

¿Cómo, en estas condiciones, el trabajo, la ciencia, el profesorado, ni aun el arte, la ocupación mas libre y más rebelde a la disciplina social y mental, pueden obtener la atención y el gusto de la energía que hay dentro de cada individuo? Es tan imposible que la obtenga como que el hombre deje de emplear toda su vida y todo su amor en aquello por el cual reúne condiciones, en aquello que atraiga su gusto y su dicha.

Se dice, a menudo, que para que la anarquía fuese posible seria preciso que los hombres fueran mejores que son, y lo dicen unos que estiman que las personas somos hijos de Dios, todo poder, bondad y misericordia y que, además, las hizo a su semejanza, y lo dicen otros que creen que el ser humano es una magnifica obra de la evolución animal.

¿Cómo pueden ser mejores los hombres en el caso de ser fruto de un Dios sabio, justo y omnipotente?

¿Ni como podemos ser mejores, si somos la suma mejora en la evolución?

Pero veamos si somos malos, y si, comparados con los demás seres, hemos sabido constituir una sociedad mejor que todos.

Seria prolijo y pesado enumerar aquí la solidaridad que existe en las sociedades animales.

El insigne y pacienzudo Fabre lo cuenta y lo aprueba de una manera magistral en su obra –

La vida en los seres inferiores.

Los animales, todos los animales de una misma especie, se ayudan en los momentos difíciles y de peligro, y algunos tienen establecido el comunismo de por vida. Solo los hombres se atacan entre si y ¡ caso raro! En algunas ocasiones, los animales domésticos.

De aquí deduce el asombroso naturalista y nosotros con el, que la domesticidad, digamos civilización y casi podríamos decir educación, ha influido para mal en el hombre y en cuantos animales ha logrado domesticar.

Las razones son lógicas.

Obligados los seres humanos, por una falsa civilización, a vivir en un círculo reducido, reducido en relación del espacio que la materialidad y la intelectualidad del hombre necesita, sus facultades morales se exasperan e irritan por falta de lo que podríamos llamar libertad y vida.

El sociólogo señala aquí, separándose ya del naturalista, pero tomándole como punto de partida para su sociedad libertadora, que donde los hombres viven mas apretados, mas amontonados atraídos por el desarrollo de una o de algunas industrias, es donde se atacan y dañan mas a menudo.

Es el mismo caso de los animales que el hombre ha domesticado, obligados, por su misma domesticidad, a vivir en espacio reducido. Se atacan porque, acumulados se estorban, se molestan, quitándose mutuamente lo que mutuamente necesitan.

Libres como los demás animales, no se molestarían, y no se molestarían porque la naturaleza ha sido tan sabia que a todos ha dado gusto diferente, lo mismo que a las plantas, y para todos produce. Cada especie de animales necesita alimento distinto, como cada género de plantas necesita, para nutrirse, substancias diferentes.

De lo dicho podemos encontrar pruebas a cada momento y en todas partes, ofreciéndonos los árboles ejemplos vivos plántese de un mismo genero en espacio reducido y no prospera uno plántense y plántense pocos y prosperan todos. Plántense pocos y de diferente clase y prosperaran aun mas, porque no se quitaran mutuamente las substancias que hay en la tierra necesarias a todos, y que el sol y el agua reponen sin cesar.

Y esos seres que no tienen voluntad ni movimiento cuando se les obliga a vegetar muchos en espacio reducido, se atacan y luchan también, por la vida, como los animales y como los hombres.

Así que la lucha entre seres de una misma especie no es natural, es una consecuencia del amontonamiento en que la civilización y al domesticidad les obliga a vivir.

Pues bien, si el hombre es, moralmente, superior a todos los seres animales y vegetales, lo mismo siendo hijo de Dios, que siéndolo de la evolución ¿A santo de que tendrían que dañarse y matarse si les diéramos la tierra y la libertad que necesitan? No es racional sospecharlo. Pero la domesticidad en los hombres a causado muchos mas estragos morales y físicos que en los demás animales.

Cuando un animal domestico tiene hambre, por muy domesticado que este es inútil que se le vaya con sermones ni con leyes, comerá de lo que tenga a boca y si esta atado romperá la cuerda y luego, si es preciso, derribara el tabique que lo separe del saco lleno de lo que acostumbra a comer.
Así el solípedo, así el bovino, el paquidermo. En cambio poned un hombre hambriento delante de un escaparate lleno de fiambres y no se atreverá a romper el cristal, temeroso del castigo que habrán de imponerle el sacerdote y el juez.

Todos los animales se convierten en fieras cuando a sus hijos se trata. En cambio, el hombre los ve morir de frió, de hambre, de falta de dinero para comprar la medicina o el aparato que ha de salvarles sin rebelarse, sin atacar, sin salir a la calle matando a quienes tienen la culpa de la muerte de sus hijos sin zapatos, sin vestidos y sin pan, estando de ellos llenos los escaparates y las tiendas.

Y si ante la domesticidad de este hombre que muere de hambre y deja que de ella mueran sus hijos, habiendo en todas partes lo que a él le falta, podemos afearle de algo, no será, ciertamente de malo, o será de malo por demasiado bueno.

De suerte que aquí lo que le sobra al hombre es bondad, lo mismo para vivir libremente hoy que para hacerlo mañana.

Así como con trabajo, agua y abono no hay tierra mala, así también, con libertad, pan y trabajo no hay hombre malo.

Capitulo IV

Si las leyes no tuvieran un origen injusto puesto que están destinadas a mantener y ha hacer respetar los privilegios de unos contra las necesidades de otros, tendrían el defecto gravísimo que las viole el poderoso y de caer sobre el humilde con todos los agravantes que su interpretación permita. No hemos de emplear tiempo explicando lo que esta en la conciencia de todo el mundo.

Los códigos si son una balanza no son la de la justicia, por cuanto las pesas están en el bolsillo de cada uno y los bolsillos, así los que nada pesan como los que pesan mucho representan u horas muy amargas o grandes atentados a la salud y a la vida de nuestros semejantes.

Hemos de mantener con el nombre de leyes una reglamentación perjudicial a la dicha misma de los que en ellas amparan sus intereses, aunque, a decir verdad, esa reglamentación les garantiza a ellos una vida mejor que la que gozan los que no tienen privilegios que amparar. Y es porque, a pesar de la fuerza que representa toda ley en la ignorancia del vulgo, ni es por este lo suficiente respetada para ser eficaz, ni la ley otorga el bienestar que la sociedad anarquista ofrecerá a todos los seres humanos, incluso a los que actualmente son sus enemigos.

Con otros jueces sucedería lo mismo y dueño del poder otra clase se repetiría igual fenómeno, por que el mal no esta en el juez ni en la clase esta en un sistema que admitiendo la existencia de ricos y pobres, todo el mundo quiere ser de los primeros, en perjuicio de los segundos, sin que esto equivalga a que los pobres y menos en nuestros días, sancionen, de buena gana un estado social que los condena a la escasez y a la ignorancia.

Ser poderoso actualmente no es sinónimo de ser inteligente, ni de ser bueno, ni de ser sabio: solo lo es de ser rico. Y la riqueza no se alcanza produciendo ni estudiando ni beneficiando a nuestros semejantes sin adulterando los productos envenenando o explotando a la humanidad, sembrando desdichas y disgustos en las Bolsas, en el mercado, en el taller, acaparando y encareciendo los artículos de primera necesidad, en fin, haciendo uso de unos recursos innobles y agudizando unas facultades que, por cierto, no son las superiores del hombre. Siendo el dinero el poder y alcanzándose de manera tan ruin, las clases que dirigen los destinos de las naciones, moralmente consideradas, son las peores.

¡Cuantas veces hemos leído que el trigo se ha averiado en poder de los acaparadores, al mismo que los pobres de alguna región se han sublevado por falta de pan!.

A los cerebros sanos y estudiosos deberían les bastar estos detalles para convencerse de que el mundo funciona pésimamente. Y el hecho de que estos mismos males se desarrollen en todos los sistemas políticos en funciones, debería convencerles, también, de que no han de curarse con los remedios que pueden ser utilizados dentro de la sociedad actual.

Contra estos argumentos, tan claros y precisos, todos los sofismas se estrellan. Una sociedad que estos permiten no tiene defensa. La escasez, si no fuera justa, a lo menos se explicaría se proviniese de la falta de artículos, si los hombres con su actividad pudieran corresponder al consumo; pero desde el momento que es un recurso para multiplicar el capital en poco tiempo, a de merecer y merece, y ha de obtener y obtienen, las censuras y ataques de los que apoyados en el principio de la dignidad del hombre y de inviolabilidad de la autonomía humana defendemos aquella dignidad y esta autonomía.

Los sanos de inteligencia y los buenos de corazón no podemos estar con esta sociedad metalizada y no lo estamos.

Hemos visto al hombre explotando al hombre, al padre subyugando y estrujando al hijo; al hijo menos preciando y abandonando al padre; a los hermanos contendiendo; a la madre fastidiarle los hijos; y a estos aborrecer a la madre y hemos visto a los seres humanos todos, tratarse como enemigos. Hemos visto, también al entupido en las cumbres y al sabio vilipendiado; al honrado en presidio y al criminal en el trono; a la mujer candida y amorosa echada al lupanar, y a astuta y viciosa respetarla, santificarla; y no cubriendo con un velo infamia tal, no idealizando para engañarnos mismos, no negando las pasiones, sino estudiándolas y ahondando en las causas hemos podido encontrar el germen de aberraciones semejantes: el capitalismo, la autoridad y las desigualdades sociales.

Y que ningún efecto real tienen para detener el mal las limitaciones escritas ni las represiones efectivas, pruébalo abundantemente que con tanto código, tantas leyes, tanto decreto, contactos crueles castigos, presidios y demás medios de represión, el mal existe y los descontentos también.

Demostrando, pues, que la sociedad actual es fatalmente desastrosa y que sus códigos y leyes para nada bueno sirve, queda echa la defensa de una sociedad libertaria.

Para establecerla es preciso desentumecer las inteligencias aletargadas por siglos de opresión sacerdotal, por siglos de opresión legal, por siglos de opresión gubernamental.

Hay que decir y demostrar a los hombres que son esclavos por que quieren; que tienen amos por que quieren; que tienen jefes por que quieren; que padecen por que quieren.

Hay que decir a todo el mundo que sacudan los nervios y los avente para que de ellos salgan la poquedad, la cobardía, la creencia de que sin protección ajena no seria posible la vida, cuando, precisamente aquella protección es causa de la muerte de su felicidad y de su individualidad.

Es preciso alzar la frente; es preciso reconstituir nuestro espíritu y mirar cara a cara a los hombres que se creen de una clase mejor. Si tal hacemos habremos de ver que los gobernantes, en todos los ordenes, son madera de nuestra madera, condición de nuestra condición, y que si no sabemos gobernar por incapaces, tampoco ellos han de saber por esa misma incapacidad; entonces veremos que todos aquellos que, merced a nuestra buena fe, pasan por buenos gobernantes están gobernados, a su vez, por un rey, o por un presidente, o por una favorita, o por un hijo, o por una mayoría.

La paradoja seria admirable si no encerrase la injusticia la iniquidad que encierra.

Creo que la lógica de mis razonamientos, que estimo incontrovertibles, habrá convencido a mis buenos lectores de la justicia y de la posibilidad de una vida humana superior y racionalmente anarquista.

Creo, además, que en el animo de cuantos me han leído habrá penetrado la convicción de que querer es poder y de que estando la Naturaleza toda constituida para una sociedad y para un hombre libre solo hace falta prescindir de amos y directores para que no tengamos necesidad de ellos. Sobre todo no hay que olvidar que el seno de una familia o de una colectividad que tenga bien provista la despensa, poco han de intervenir los gobernantes y los directores, como no sea para perturbar las buenas relaciones sociales. Ya hemos demostrado que individual y colectivamente, los hombres, todos pueden tener bien provista la despensa, y que siendo sus discordias de una maldad social que la misma sociedad produce cambiando las causas, cambiarían los efectos.

No ignoramos que a esta visión sencilla y simple de la vida y de los hombres la llaman ilusión los que estiman que las personas son malas por naturaleza, a pesar de que demostrado queda que son demasiado buenas; pero cuantos oponen la maldad del hombre al establecimiento de una sociedad donde los seres humanos sean absolutamente dueños de sus vidas por serlo de la Naturaleza, se estiman dignos de vivir la vida patrocinada por los anarquistas.

Las dificultades de orden moral que a la sociedad libertaria oponen algunos, no están en ellos, están en los demás ¡Ha si todo el mundo fuera como yo! Exclaman. Y todo el mundo dice lo mismo.

De suerte que todos nos creemos dignos de una sociedad de intereses generales y que todos vemos los defectos en los otros y no en nosotros.

¿Y no puede ocurrir que si nosotros somos buenos por naturaleza, los malos o los llamados malos lo sean por necesidad social? ¿No puede ocurrir que la maldad que vemos en los demás y que a veces los otros nos aplican, surja, no de la maldad individual, sino del amparo que el mal encuentra en las injusticias de la sociedad?

Porque, ¿Que haría del dinero el que para adquirirlo matase o robase directamente con su brazo, o indirectamente con su industria si de nada le habría de servir en una sociedad en que solo el trabajo valiera?

Por dinero todo se hace hoy porque con dinero todo se alcanza, pero quitemos al dinero su imperio, y quedara reducido a la nada como a la nada quedaran reducidas estas monstruosas maquinas de guerra el día que los hombres digan: ¡No queremos guerrear!

Demostrada la justicia de una sociedad libertaria y la injusticia de la presente y todas las que conserven el mando y el privilegio individual, daremos un bosquejo de practicas anarquistas para luego disipar las dudas que los presentes escritos pueden haber dejado en el animo de algún lector.

Hasta ahora ninguna hemos recibido.

Capitulo V

Trazar una visión mas o menos aproximada de la sociedad sin gobernantes ni propietarios, tal como los anarquistas nos imaginamos, es la cosa mas fácil del mundo y la mas difícil, la mas fácil, porque al hacerlo no contraemos ninguna responsabilidad y en caso de error nadie nos ha de pedir cuentas de él. La mas difícil, porque la sociedad anarquista ni siquiera podrá llamarse sociedad desde el momento que no será la libertaria, una vida uniforme ni podrá otorgar reglas ni leyes de ninguna clase a la colectividad.

La vida habrá de ser nuestra vida y como nuestra vida no podrá ser la de otros ni estará a la de otros ligada por ningún interés, es inútil que nos empeñemos en prescribir programas ni en encasillar ideas.

Ya dijimos en otra ocasión que en lo único que ha de haber uniformidad, en la vida anarquista que es la vida libre y natural será en condenar todo sistema de gobierno y de propiedad privada.

Fuera el Poder que traza y limita un Estado y fuera el poder que traza y limita una propiedad, todas las opiniones y todos los sistemas que pueden surgir de la evolución de las ideas y de las costumbres, han de ser por todo el mundo respetadas, y han de entrar, para todo el mundo también, dentro de las posibilidades individuales, posibilidades que no llamamos sociales para sacarlas, desde este momento, de la coacción del mayor numero.

Así, pues, para el hombre partidario de una sociedad libre entendiéndose por sociedad libre una sin poder económico ni político, una sin la tiranía del que puede mas que tu porque tiene mas que tú y mientras haya mas que tú habrá quien pueda mas que tú, no podrán existir enemigos ni adversarios por practicar la vida y profesar la idea de modo distinto unos de otros.

De esta suerte no podrá haber mas, ni fuera bien que los hubiera, que una condición de anarquistas la de no preocuparse de la vida ni de la idea de nadie: de esta suerte no podrá haber mas, y fuere mal que los hubiera que una condición de hombres: la condición que a todos impone la Naturaleza con sus atributos.

Y la anarquía no podrá ser un sistema social ni individual: ha de ser la madre y amparo de todos los sistemas sociales e individuales que se practiquen sin gobiernos ni propietarios.

No puede ser el anarquismo un determinado sistema social sin gobierno (Comunista, individualista o colectivista) por que entonces declararíamos la uniformidad de la Naturaleza humana, tan variada e infinita; tan poco puede serlo porque implicaría la uniformidad del temperamento y el espíritu, la anarquía ha de ser una infinidad de sistemas y de vidas libres de toda traba. Ha de ser así como un campo de experimentación para todas las semillas humanas, y ha de ser además, un amparo para todas las orientaciones y para todos los atrevimientos.

Anarquismo no puede suponer, no ha de suponer, comunismo ni individualismo: ha de suponer anarquía solamente; esto es; libertad para que cada individuo sea y haga lo que se le antoje dentro de una sociedad, mejor dicho, dentro de una humanidad de intereses políticos y económicos generales. De intereses políticos hemos dicho por que la libertad de uno habrá de ser la de todos, y de intereses económicos dijimos, porque la propiedad de uno habrá de ser la de todos, también.

Es así, universal e infinitamente, como nosotros entendemos ha de ser interpretada la anarquía, por que otra interpretación supone capilla y limite. Encasillamiento de la libertad de todos dentro de la opinión de uno, por que moralmente de uno es la opinión aunque sea colectiva, cuando cierra la puerta al porvenir, cuando limita el porvenir, que, dentro de la anarquía, ha de ser un porvenir continuo, siempre constituyente y jamás constituido.

Si damos por acabada una evolución político – social en un determinado programa de vida, en una idea de vida social, continuamos la tradición de los principios absolutos que dieron lugar a las preocupaciones, y, en cierto modo, las continuamos. Las continuamos en cierto modo desde el momento que estimamos adversario al que no piensa ni obra como nosotros, aunque como nosotros diga pensar y obrar.

Es la fuerza del atavismo que nos convierte en inquisidores por haberlo sido nuestro árbol genealógico.

Es preciso arrancar tantas veces arrancado y siempre vuelto a brotar por haber dejado, en la tierra, las raíces del poder económico.

Nadie, en el anarquismo, habrá de creer que lleva dentro de si la verdad, porque la evolución ha vivido, hasta ahora, de verdades que se iba comiendo así que iba avanzando. Y si todas la verdades pasadas han sido, a la postre, mentiras, de cuerdos será suponer que todas las verdades futuras serán, al fin, mentiras también. Así se mataran, las ideas absolutas que tantas muertes y tantas persecuciones han causado. Así se evitara que una verdad vaya en contra de otra, y causen todas la victimas para resultar todas inútiles. No hay mas verdad que la vida y a ella, únicamente hemos de atender y de defender de toda imposición. Y no la vida colectiva sino la vida individual., que si la por la libertad queda amparada la vida de uno, por la misma libertad quedara la amparada la vida de todos.

Será mas hombre evolutivo, más hombre de mañana el que mas libertad quiera para si y mas respete la ajena.

Razón tenemos innegablemente, contra todas las formas de la autoridad y de la propiedad. Razón podemos no tener en contra no tener una visión de la sociedad futura que nos sea la nuestra, porque de la vida futura no sabemos una palabra ni hace falta. Con que seamos libres, nos debe bastar. De lo que piensen los otros no nos ha de importar mas que el momento que piensen coartar nuestros pensamientos y nuestras acciones.

Es la razón que deberíamos poner en practica todas las personas que nos estimamos emancipadas, iremos solamente contra los hombres y contra los regimenes que coarten nuestra libertad, directamente por medio de la represión o indirectamente por medio de las instituciones, por medio de los privilegios políticos y sociales y cuando hayamos constituido una forma de vida que no coarte la de nadie, dejaremos libres a los hombres y a los regimenes.

Pero entre tanto hemos de acarcarnos lo mas posible a la vida futura y la única manera de acercarnos a ella es siendo tolerantes con todas las opiniones. Así nos será dable empezar las prácticas libres de mañana.

Nuestra vida actual ha de ser una aproximación de la de otro día, y no solo ha de serlo en nuestras afinidades doctrinales, ha de serlo, también, en todas las relaciones que nos imponga, la injusta y triste vida que surge de la sociedad presente.

Federico Urales.

NIHILIST and NARÓDNAYA VOLIA.

The Russian Revolutionaries.


Although nihilism is often thought of as a vague concept relegated to the arena of philosophy, or perhaps as the unavoidable conclusion to post-modernist thought, nihilism does have a strong historical background that deserves greater recognition. The most significant manifestation of nihilism in recent history also coincides with its most active and organized expression, that of the Russian nihilist revolutionaries who rose to prominence in the 1860s. 'Student-Nihilist', by Ilya Repin, 1883

The Russian nihilists (the Russian word for nihilist is nigilist) tend to be associated with violence, revolution, and terrorist acts such as the assassination of Czar Alexander II by the ‘Will of the People’ group. But although violent acts get recorded in the history books often the lasting impact is carried through non-violent ideas and identities. The Russian Nihilists were intriguing in this regard for their history is like that of an iceberg – only a small portion of their total character is readily visible. Indeed, much of the violent acts associated with the attempted overthrow of the monarchy occurred under the auspices of other groups such as anarchists, Marxists and narodnichestvo populists in the 1870s, rather than those directly associated with the Nihilists themselves who were much more complex than the over-simplified ‘terrorist’ label attached to them by autocratic authorities.

Nihilism was not so much a corpus of formal beliefs and programs (like populism, liberalism, Marxism) as it was a cluster of attitudes and social values and a set of behavioral affects—manners, dress, friendship patterns. In short, it was an ethos. [2]

Historical Context

In order to understand who the Russian Nihilists were we first have to understand what they fought against and why. Europe in the 19th century was a time of dramatic changes — political, economic, and social. Industrialization created fantastic wealth disparities and entirely new classes of people as the old aristocratic power system transformed into a plutocratic one. Cities grew rapidly and traditional agrarian lifestyles were decimated in favor of the cramped urban life of wage slavery. Imperial Russia experienced many of these difficult changes but events often took on a more extreme character than that of Western Europe and social development for Russia has always been both painful and slow. 

All of the wiser Russian monarchs realized that their system of serfdom, with a social structure of the very few existing on the backs of the very many, was not sustainable and would end in bloody rebellion sooner or later. The problem was implementing reforms that were both effective and politically realistic. By the middle of the 19th century the forces of state repression coupled with the longevity of the problem had already created such an intolerable situation that fixing the system through reform was essentially impossible. The only reasonable answer to this kind of situation is nihilism; the only way to live is to destroy. Russia had become a stifling, backwards country run by a ruling elite grown fabulously wealthy through rampant natural resource extraction. The Russian government had become completely disconnected from its subjects and new information and new ideas were impossible to prevent from seeping into the country from the heated and bubbling social scene in Western Europe. Even a brutal and violent police-state could not stop the Nihilists, other dedicated revolutionaries, or the inevitable outcome of the conflict.

Jewel encrusted Fabergé eggs were an emblematic expression of late 19th century Imperial Russian wealth and a grossly distorted society where the monarchy could commission dozens of these eggs while the general public worked and starved to death.

The heart of Russian Nihilism was about breaking with the failures of the past and about crafting a new identity. This was the meaning of the ‘Fathers and Sons’ phrase used at the time and remembered today in Turgenev’s novel of the same name.

Whereas the «fathers» grew up on German idealistic philosophy and romanticism in general, with its emphasis on the metaphysical, religious, aesthetic, and historical approaches to reality, the «sons,» led by such young radicals as Nicholas Chernyshevsky, Nicholas Dobroliubov, and Dmitrii Pisarev, hoisted the banner of utilitarianism, positivism, materialism, and especially «realism.» «Nihilism» — and also in large part «realism,» particularly «critical realism» — meant above all else a fundamental rebellion against accepted values and standards: against abstract thought and family control, against lyric poetry and school discipline, against religion and rhetoric. The earnest young men and women of the 1860’s wanted to cut through every polite veneer, to get rid of all conventional sham, to get to the bottom of things. What they usually considered real and worthwhile included the natural and physical sciences — for that was the age when science came to be greatly admired in the Western world — simple and sincere human relations, and a society based on knowledge and reason rather than ignorance, prejudice, exploitation, and oppression. [1]

This was about the destruction of idols, about burning the dead wood of society. And the Russian Nihilists were quite revolutionary, especially given the context of the time and location they existed in, for they include sections of the population that had little if any representation before. Women for example played a key role and included some of the most motivated and charismatic characters of the time period, like Vera Figner and Sophia Perovskaia. “If the feminists wanted to change pieces of the world, the nihilists wanted to change the world itself, though not necessarily through political action.” [3] The Russian word for a female nihilist is nigilistka.

It’s important to point out that the nihilist ethos of the time was primarily individualistic and not always politically revolutionary; some radical nihilist attitudes precluded ideological or political orientation. “While nihilism emancipated the young Russian radicals from any allegiance to the established order, it was, to repeat a point, individual rather than social by its very nature and lacked a positive program — both Pisarev and Turgenev’s hero Bazarov died young.” [7] Clothing, attitude, communications style, all were portions of the new nihilist outlook.  The clothing style sought functionality and usefulness over frivolous fashion. The ‘revolt in the dress’ of the nigilistka went something like this:

One of the most interesting and widely remarked features of the nigilistka was her personal appearance. Discarding the «muslin, ribbons, feathers, parasols, and flowers» of the Russian lady, the archetypical girl of the nihilist persuasion in the 1860’s wore a plain dark woolen dress, which fell straight and loose from the waist with white cuffs and collar as the only embellishments. The hair was cut short and worn straight, and the wearer frequently assumed dark glasses.[4]

Nigilistka fashion was about more than just juvenile rebellion against bourgeoisie fashion because instead of simply contradicting established forms it went on to create its own identity. Self-empowerment was the reason behind much of this. “The machinery of sexual attraction through outward appearance that led into slavery was discarded by the new woman whose nihilist creed taught her that she must make her way with knowledge and action rather than feminine wiles.” [4] Even deeper than changes in superficial appearance existed a new and quite profound realization, for the nigilistka understood that life had to be defined internally and not solely by external authorities or values. «To establish her identity, she needed a cause or a «path,» rather than just a man.” [4] An interesting departure also occurred in communications style. “The typical nigilistka, like her male comrade, rejected the conventional hypocrisy of interpersonal relations and tended to be direct to the point of rudeness…” [4]

Severe times call for severe measures

Seeing their efforts at social change only being met with police brutality and increasing repression by despotic authority, the revolutionaries reassessed their tactics. Peter Tkachev and Sergei Nechayev were two that felt severe times call for severe measures – the revolution was only getting started.

Several years of revolutionary conspiracy, terrorism, and assassination ensued. The first instances of violence occurred more or less spontaneously, sometimes as countermeasures against brutal police officials. Thus, early in 1878 Vera Zasulich shot and wounded the military governor of St. Petersburg, General Theodore Trepov, who had ordered a political prisoner to be flogged; a jury failed to convict her, with the result that political cases were withdrawn from regular judicial procedure. But before long an organization emerged which consciously put terrorism at the center of its activity. The conspiratorial revolutionary society «Land and Freedom,» founded in 1876, split in 1879 into two groups: the «Black Partition,» or «Total Land Repartition,» which emphasized gradualism and propaganda, and the «Will of the People» which mounted an all-out terroristic offensive against the government. Members of the «Will of the People» believed that, because of the highly centralized nature of the Russian state, a few assassinations could do tremendous damage to the regime, as well as provide the requisite political instruction for the educated society and the masses. They selected the emperor, Alexander II, as their chief target and condemned him to death. What followed has been described as an «emperor hunt» and in certain ways it defies imagination. The Executive Committee of the «Will of the People» included only about thirty men and women, led by such persons as Andrew Zheliabov who came from the serfs and Sophia Perovskaia who came from Russia’s highest administrative class, but it fought the Russian Empire.[6]

After the assassination of the tsar some began to question the strategic usefulness of the spiraling violence, but few alternatives existed in the oppressive milieu of Imperial Russia. Subsequent monarchs Alexander III and Nicholas II only became more reactionary and narrow-minded while simultaneously voiding even minimal public freedoms. «Murder and the gibbet captivated the imagination of our young people; and the weaker their nerves and the more oppressive their surroundings, the greater was their sense of exaltation at the thought of revolutionary terror.” – Vera Figner [5]

[B]
Vera Zasulich , Vera Figner, and Sophia Perovskaia
«
Perovskaya and her comrades represent a unique phenomenon in nineteenth-century European social history.» [8]

The Russian Nihilists were smart, dedicated, and possessed a tenacity that was unparalleled. These were revolutionaries that were well aware of the nature of the political system they were in conflict with but nonetheless they still failed to acquire two critical elements. Without a clear and cohesive social program the Nihilists lacked strategic sustainability for their revolutionary movement. Although they achieved their tactical goal of assassinating the top-level authority figures their wider objective of gaining greater freedom of movement and ideas still remained elusive. It seems that the necessary time-scale of their struggle was longer than anticipated and the entrenched nature of the system and the culture of fear and subservience to autocratic rulers that it rested upon was much deeper than realized; 1000 years of tradition simply can’t be thrown out in a decade.But since the social program is secondary to immediate plans in a larger sense I think the primary problem affecting the 19th century Russian revolutionaries had more to do with communications limitations than anything else because they had most everything going for them except numbers. Lacking the ability to reach the Russian public except on the smallest scale made widespread, coordinated revolt practically impossible. Publishing technology was easy for despotic regimes to control while radio and cheap printing didn’t arrive in widespread use until the early 20th century.

Although the political violence may have had questionable strategic value the cultural shift in views, attitudes, and ideas made significant contributions that lasted long after the Russian Nihilists themselves had left the scene. 06.12.03

Such were the true nihilists, the destroyers, who did not trouble themselves about what was to be built after them. They did not exactly deny everything, for they believed firmly, fanatically, in science and in the power of the individual mind. But they thought nothing else worth the slightest respect, and they attacked and sneered at family, religion, art, and social institutions, with all the more vehemence the higher they were held in the opinion of their countrymen. – Sergius Stepniak
From: Sergius Stepniak on Nihilism and Narodnichestvo [Extracted from Sergius Stepniak, «Nihilism» in The Great Events by Famous Historians, vol. 19 (n.p.: The National Alumni, 1914), pp. 71-85]

References

A) A History of Russia, sixth edition, by Nicholas V. Riasanovsky, Oxford University Press 2000.

B) The Women’s Liberation Movement in Russia – Feminism, Nihilism, and Bolshevism 1860-1930, by Richard Stites, Princeton University Press, 1978.

Friedrich Wilhelm Nietzsche.

 

 

(1844-1900). Filósofo, poeta y filólogo alemán, cuyo pensamiento es considerado como uno de los más radicales, ricos y sugerentes del siglo XX.
Nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken, Prusia. Murió en Weimar el 25 de agosto de 1900.
Además de la influencia de la cultura helénica, en particular de las filosofías de Sócrates, Platón y Aristóteles, Nietzsche estuvo influenciado por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, por la teoría de la evolución y por su amistad con el compositor alemán Richard Wagner.
Uno de los argumentos fundamentales de Nietzsche era que los valores tradicionales (representados en esencia por el cristianismo) habían perdido su poder en las vidas de las personas, lo que llamaba nihilismo pasivo. Lo expresó en su tajante proclamación “Dios ha muerto”. Estaba convencido que los valores tradicionales representaban una “moralidad esclava”, una moralidad creada por personas débiles y resentidas que fomentaban comportamientos como la sumisión y el conformismo porque los valores implícitos en tales conductas servían a sus intereses. Nietzsche afirmó el imperativo ético de crear valores nuevos que debían reemplazar los tradicionales, y su discusión sobre esta posibilidad evolucionó hasta configurar su retrato del hombre por venir, el ‘superhombre’ (übermensch).

 

Frases del autor.